La Aurora: quisiera creer
Salto, 4 de febrero de 1976. Las obras de
la represa de Salto Grande llevan casi dos años de comenzadas, aunque todavía
falta bastante para que el paisaje de la zona quede dramáticamente alterado por
el embalse principal. Es un poco temprano para la salida del sol, pero un
resplandor empieza a iluminar el horizonte. En el lugar equivocado, eso sí,
porque las luces se ven hacia el sur de la ciudad, no hacia el este. Los
madrugadores se preguntan de qué se trata y no falta quien postule la
posibilidad de un incendio.
Poco después, a las seis de la mañana,
comienza el programa radial Palpitar de
Salto Grande, producido por un equipo de periodistas locales. Y pronto
empiezan a llegar llamadas telefónicas de radioescuchas preocupados. ¿Qué era ese
resplandor?, preguntan, ¿fue un incendio? Los productores consultan con los
bomberos de la ciudad; no, les responden, no recibimos ninguna denuncia de
fuego. ¿Qué pasó, entonces?
El programa sigue adelante. Podemos
imaginar que sus conductores se encogen de hombros y empiezan a pensar en otros
temas. Entonces suena de nuevo el teléfono.
–¿Quieren saber qué fue el resplandor?
–escuchan– Bueno, entonces vayan a la estancia La Aurora.
El nombre La Aurora, y dejamos por un momento de lado la gruta del Padre Pío,
está asociado, notoriamente, a OVNIs. A la presunta visita de Neil Armstrong a
Uruguay. A fenómenos inexplicables. A cierta espiritualidad new age. Pero en 1976 no era más que una
estancia del montón, ni especialmente productiva ni especialmente extensa. Así,
cuando el grupo de periodistas de Palpitar
de Salto Grande investigaron un poco descubrieron que quien los había
telefoneado era Ángel Tonna, dueño de la estancia. Había dicho tener la
respuesta al misterioso resplandor, así que, llegado el momento, los
periodistas se presentaron en La Aurora y preguntaron a su dueño qué sabía al
respecto.
Ahí está el relato fundador del mito.Porque Tonna contó que esa madrugada volvía
con sus peones de labores del otro lado de la carretera (es decir donde hoy
está la gruta del Padre Pío) y vio luz –que atribuyó de inmediato a fuego–
pasando el casco de su estancia. De inmediato cabalgaron al galope hacia allí,
y lo que vieron no fue otra cosa que un artefacto volador (Tonna hablaría
después de un “plato”), suspendido a unos veinte metros de altura y proyectando
una luz especialmente intensa, para rápidamente desplazarse hacia un montecito
y allí brillar con todavía mayor potencia. Tonna, según contó, se llevó el
brazo a la cara para protegerse. Dijo también que la luz no parecía amenazante
o peligrosa sino más bien todo lo contrario, algo, digamos, reconfortante, y
que si se cubrió los ojos fue por la intensidad del resplandor. Entonces el artefacto volador salió
disparado hacia el cielo y desapareció.
No otra cosa
sucedió en La Aurora esa madrugada. Admitamos que se trata de una historia como
hay tantas; de adolescente, por ejemplo, un compañero de liceo me contó una
anécdota muy similar pero ocurrida en el Parque Posadas, donde él vivía con su
familia. Y mi madre y mi abuela cuentan básicamente lo mismo (artefacto
volador, resplandor, huida repentina), avistado sobre el barrio Lavalleja en
alguna noche de verano de 1967 o 1968. Detalles más, detalles menos, cualquier
persona de las legiones que cuentan haber “visto un OVNI” narra lo mismo. El
relato de Tonna, en última instancia, no incluyó criaturas de forma humanoide,
tiempo perdido, mapas de las estrellas ni entrega de conocimiento científico o
tecnológico. No habló de pedazos de nave espacial ni de cuerpos que colocar
sobre un quirófano para abrir en canal y examinar por dentro. ¿Qué
hizo especial, entonces, al relato de Tonna y al “caso” de La Aurora?
Es cierto que al relato se le sumó algún tipo de evidencia.
Nada que pueda convencer a un escéptico, por cierto (hay que recordar a Carl
Sagan, quien deseaba como nadie que se probara la existencia de vida
extraterrestre pero no dejaba de sostener que “afirmaciones extraordinarias demandan
evidencia extraordinaria”), pero sí, en cualquier caso, elementos que alimentan
al mito y que parecerían reclamar algún tipo de explicación. Por ejemplo que
buena parte de sus ovejas mostraron la lana chamuscada de maneras que,
aparentemente, descartaban la posibilidad del fuego como causa, que varios
alambrados quedaron retorcidos y corroídos, que un toro murió “de tristeza” sin
causa aparente pese al examen veterinario, que Tonna sufrió una erupción o
irritación recurrente en el brazo con el que cubrió sus ojos del resplandor,
jamás explicada por los médicos que la trataron, y que un grupo de científicos
japoneses que trabajaban en las obras de Salto Grande constataron niveles
inusuales de radiactividad sobre los árboles sobre los que se posó el vehículo
volador. Lamentablemente esta presunta detección fue hecha por fuera de
cualquier vínculo a la comunidad científica, de modo que lo que podría ser la
“evidencia” más fuerte termina siendo, como los que dan color a la historia que
año tras año me contaron mi madre y mi abuela, nada más que otro detalle
anecdótico.
Se sabe que Ángel Tonna era católico devoto, al igual que su
mujer, Elena Ratín. Quienes lo conocieron en persona hablan de un hombre culto,
de vastas lecturas; no cabe duda entonces que el término “plato volador”, que
Tonna usó al describir su experiencia a los periodistas de Palpitar de Salto Grande, podía haberlo tomado incluso de la vasta
literatura sobre el tema que para la década de 1970 era fácil de encontrar en
varios medios. Sin negar su experiencia (quienes lo entrevistaron no dudaron
del convencimiento con el que hablaba), está claro que la puesta en palabras de
los eventos estuvo influida por ideas e imágenes muy presentes (ahora y
entonces) en la cultura popular.
En cuanto a su catolicismo, aparentemente no
hubo comunicación entre su experiencia OVNI (se habló después de un “encuentro
cercano del tercer tipo”, ya de lleno en la terminología ufológica, aunque
equivocadamente, como veremos) y su fe; los vínculos entre extraterrestres y cierto
cristianismo sincrético, por tanto, le fueron ajenos, aunque cierta tradición
oral traza un puente entre la construcción de la Gruta del Padre Pío y los
fenómenos extraños en la estancia.
El domingo por la mañana me reúno con uno
de los periodistas que en 1976 acudieron al llamado de Ángel Tonna. Si bien su
nombre y apellido son fáciles de encontrar en la red me dice que prefiere no
ser nombrado en mi artículo. Le pregunto por qué. Responde que una noche, unos
cuantos años después del primer avistamiento, él y su esposa visitaron a los
Tonna para encontrarse con una gran muchedumbre dispersa por la estancia. Al
parecer Tonna había abierto las puertas de su estancia después de su
experiencia, de modo que todo aquel que quisiese aguardar un contacto OVNI allí
tan sólo tenía que pedir permiso y
entrar. Incluso, se cuenta, Tonna había construido un quincho o gazebo
destinado a abrigar a los curiosos durante las largas noches de expectativa.
¿Pero cómo tolera esto?, le preguntó el periodista al estanciero, y no hubo
respuesta, pero pronto, al mezclarse entre los curiosos, el periodista descubre
que lo que predomina allí es la credulidad y la sugestión, hasta tal punto que
el simple pasaje de un automóvil en la ruta cercana arranca un coro de
expresiones de asombro y entusiasmo. En ese momento, me cuenta, supo que no
quería saber nada con esa gente.
Quizá por eso ahora prefiere cortar sus
vínculos con la historia de La Aurora. Es fácil imaginar cierto manoseo, cierta
recurrencia de curiosos (como yo, por otra parte) y cierto asedio. De paso, me
cuenta, no faltó en los años que mediaron entre la experiencia de 1976 y la
muerte de Ángel Tonna quien aprovechara la condición de puertas abiertas de la
estancia para organizar excursiones y traslados. Una pequeña industria
turística, entonces, de la que el periodista confiesa, a su manera, haber sido
parte años atrás. Los hijos de Tonna ahora han cerrado las
puertas de La Aurora a los curiosos. Tampoco están interesados en hablar del
tema, como si las experiencias de su padre no tuvieran lugar en su esquema de
creencias.
¿Pero Tonna antes de morir tuvo algún otro
contacto con “platos voladores”?, le pregunto al periodista hacia el final de
la entrevista.
-No. Aunque por lo que conversamos, sé
que siempre lo deseó. Siempre quiso que volvieran. Pero nunca pasó.
Varias personas en Salto me contaron la
siguiente historia, que podría trazar un vínculo entre el relato de encuentro
cercano del segundo tipo de Tonna entendido desde una ufología más materialista
y los dominios new age de lo que he
propuesto como un tercer círculo del discurso no cientificista sobre
extraterrestres. Se trata de una especie de leyenda urbana salteña y pertenece
a lo que podríamos llamar la estela de relatos originada por la experiencia
original o fundacional de avistamiento OVNI en La Aurora.
Pocos años después de la aparición del
“plato volador” la esposa de Ángel Tonna tuvo un sueño. Se vio recorriendo el
campo vecino al de la estancia y deteniéndose a rezar ante una estatua del
Padre Pío, o Pio de Pietrelcina (1887-1986), estigmatizado y místico, declarado
Venerable por Juan Pablo II en 1997 y canonizado por el mismo papa el 16 de
junio de 2002. Elena Ratín era especialmente devota del futuro santo, de quien
se cuentan además relatos de sanación y bilocación (uno de ellos en 1942, en
relación a la muerte del entonces vicario de la Diócesis de Salto), y despertó
convencida de que debía erigir una gruta que homenajeara al Padre Pío y que incluyera
su imagen bajo la forma de una estatua, como ella había soñado. De inmediato
Ángel Tonna hizo las averiguaciones pertinentes para comprar el campo que queda
justo enfrente a su estancia, cruzando la carretera. Resulta que le faltaba una
suma concreta de dólares (los relatos varían en relación a la cuantía),
completamente inaccesible para él en ese momento, y por tanto la compra del
campo no pudo concretarse de inmediato, ni tampoco, naturalmente, la
construcción de la gruta. Sin embargo, meses después apareció una donación
anónima de exactamente esa suma de dinero. Tonna compró el campo y las obras comenzaron.
Pero faltaba la estatua.
La estancia, por aquellos tiempos, como ya
hemos dicho, estaba abierta a cualquier interesado en el fenómeno OVNI que
quisiera pasar la noche (o cuantas noches fuese necesario) en espera de un
avistamiento. Ahora bien, entre los muchos curiosos que andaban por ahí durante
la construcción de la Gruta había un escultor. Un día, conversando con Tonna y
su esposa, descubrió que la pareja estaba por ponerse a buscar quien esculpiera
la imagen del Padre Pío. Sin pensarlo dos veces se ofreció a hacerlo gratis, y
terminó poco después una primera escultura. Pero cuando Elena la vio descubrió
que no era como la de su sueño, que la posición de las manos y los brazos era
muy diferente; dada la generosidad del escultor, sin embargo, prefirió no decir
nada al respecto. Pronto, sin embargo, la estatua fue destruida en un accidente
de transporte; una segunda escultura fue terminada, la definitiva y que hoy
puede verse en la Gruta, y esa sí fue igual a la del sueño.
Hay otra versión de los hechos. Me la
cuenta el domingo por la mañana el periodista de Palpitar de Salto Grande, con una pequeña sonrisa irónica que se le
adivina por momentos. El campo que queda del otro lado de la carretera, dice,
era propiedad de Ángel Tonna, por lo que no hubo donación misteriosa; la
iniciativa de construir la Gruta, escultura incluida, no fue de los
propietarios de la Aurora, quienes se limitaron a dar su beneplácito. Y el
responsable de la escultura no era entusiasta de los OVNIs. O, si lo era, jamás
dejó constancia de sus creencias, mucho menos de sus experiencias al respecto.
Lo cierto es que no hay evidencia alguna de
esta visita, más allá de datos anecdóticos y documentos invocados pero no
reproducidos ni puestos a disposición del público. Entre los relatos está el
relato de un taxista local que dice haber llevado a Armstrong y a un intérprete
a la estancia, así como también que Armstrong no articuló palabra alguna
durante el viaje y que su investigación no se extendió por más de una o dos
horas. También hay por ahí (se la encuentra fácilmente googleando Armstrong La Aurora o algo por el
estilo) una presunta carta (que es citada in
extenso pero de la que nunca se aclara si se trata de la transcripción de
una carta postal “física” o de un e-mail; de ser una carta sería interesante
ver una fotografía o un escaneo, pero tal cosa no aparece por ninguna parte)
escrita en representación del ex astronauta para dejar claro que jamás estuvo
en Salto o en Paysandú (Armstrong, de hecho, sí estuvo en Uruguay, pero en
1966, en el marco de una visita de varios técnicos de la NASA del 23 al 25 de
octubre de ese año). Otra historia habla de la firma de Armstrong en un libro
de visitas aparentemente llevado por Ángel Tonna para registrar quienes acudían
a su estancia; también se dice por ahí que Armstrong visitaba la estancia
regularmente y se invoca incluso como “evidencia” una confirmación del hecho
por parte de la Fuerza Aérea Uruguaya. Algunos salteños parecen adoptar una
postura, digamos, agnóstica. No hay pruebas de que haya estado Armstrong en la
Aurora, señalan, pero tampoco las hay fehacientes de lo contrario.
Neal Armstrong murió el 25 de agosto de
2012, por lo que lo más parecido a una confirmación positiva o negativa del mito
ya no es posible. En cuanto a la vinculación del astronauta al fenómeno OVNI,
los relatos del avistamiento que experimentó en la Luna son abundantes (hay
videos en YouTube). En cuanto a su vida posterior al viaje del Apolo XI, se sabe
que Armstrong se dedicó a la docencia, que colaboró con las investigaciones
sobre el fallo en el Apolo XIII y la tragedia del transbordador espacial Challenger, y que se convirtió en
empresario y orador. Como “evidencia” del presunto avistamiento de naves
espaciales extraterrestres en la Luna a veces son mencionados dos minutos de
silencio en las comunicaciones entre los astronautas y el control de misión;
durante esos minutos, se dice, Armstrong reportó la presencia de otra nave
espacial en la Luna y, además, el avistamiento de sus tripulantes. También se
habla de varias fotografías tomadas en el momento en que Armstrong puso sus
pies en la superficie del satélite, que, aparentemente, revelarían la presencia
de objetos voladores. Y otro relato habla de dos vehículos gigantescos
descubiertos por el astronauta en un cráter cercano al sitio del alunizaje.
No hay, por cierto, evidencia sólida de
ninguna de estas afirmaciones. Como tampoco de su presencia en La Aurora.
Para Ángel Tonna los extraterrestres no
regresaron. Los hombres y mujeres del planeta Tierra que visitaron su estancia
a lo largo de los años han reportado, sí, todo tipo de avistamientos, pero sus
relatos ni siquiera cuentan con la posible evidencia –evidencia débil, si vamos
al caso– de la historia fundacional del mito. Son historias, como tantas otras.
Luces que se mueven en el cielo, resplandores, platos voladores.
Domingo, mi último día en Salto. Pasado el
mediodía recorro la ciudad con amigos y hago las últimas entrevistas para este
artículo. Estas son algunas de las historias que me
cuentan:
-En la gruta del Padre Pío hay una “energía”
especial que facilita la comunicación entre otras dimensiones y la nuestra. En
Internet, me dicen, hay una foto tomada ante la escultura que muestra los
perfiles de al menos tres seres “interdimensionales”.
-Una investigación de la Fuerza Aérea
Uruguaya reportó animales muertos en La Aurora y un ombú partido por la mitad.
En las inmediaciones de ese árbol, además, fueron encontrados más animales
muertos y varios equipos científicos reportaron niveles altos de radiactividad
en el lugar. Otro relato de los mismos hechos, sin embargo, invoca una
investigación que señaló que el árbol había sido abatido por un rayo, que de
radiactividad no había ni rastro y que fue el mismo fenómeno meteorológico lo
que mató a los animales.
-En La Aurora hay una suerte de túnel (acaso
análogo a los agujeros de gusano de los que habla la física) que conecta
diversos lugares y dimensiones del universo.
-La riqueza
en ciertos minerales de la zona permite una acumulación de energía capaz de
alterar el espaciotiempo, lo cual genera la aparición del mencionado túnel o
portal; la estancia, entonces, sería un lugar análogo al Triángulo de las
Bermudas, el Tíbet y la antigua capital de los mayas.
-Las luces avistadas en La Aurora, en
particular cerca de la gruta del Padre Pío, corresponden a “seres de luz”, es
decir entidades más evolucionadas espiritualmente que nosotros.
-Las luces sobre La Aurora no se limitaron a
aquella noche de febrero sino que se repitieron a lo largo de ese año,
produciendo la muerte de varios animales, quemaduras en el césped y en varios
árboles, averías en maquinaria y el extraño fenómeno de un alambrado
completamente retorcido.
-En la entrada a la estancia hay un cartel
que dice “Por asuntos de OVNIs preguntar a la NASA”.
Nota de un escéptico: yo no vi ese cartel.
Domingo, 20:30. De regreso a Montevideo
miro por la ventanilla del ómnibus. La noche es oscura sobre el campo. Una
parte de mí espera ver luces en movimiento, platos voladores, formaciones de
naves… pero nada se me aparece. Trato de recordar la hora u hora y pico que
pasé en las inmediaciones de La Aurora, en la gruta del Padre Pío y caminando
por la zona; en más de una ocasión quienes me acompañaron quisieron saber si
acaso yo podía sentir allí alguna forma de “energía” fuera de lo común. La
verdad no, les respondí. Paz y tranquilidad sí, podía decirse, pero para ello
había que abstraer la música de los altavoces, y es la misma paz que cabe
imaginar en cualquier lugar remoto o apartado, fuera de las ciudades. A lo
mejor, añadí, se obtendrían mejores resultados con un tema de Enya.
Recuerdo entonces la última entrevista que
sostuve, en la tarde. ¿Vos fuiste a La Aurora?, me preguntaron. Sí, respondí, fui
ayer por la tarde.
–Ah, ¿viste? –me replicaron de inmediato– tendrías
que haber ido de noche.
Imposible no recordar el poster que Fox
Mulder había colgado en su oficina del FBI, en Los Archivos X.
I
want to believe. “Quiero creer”. Eso podría ser fácil: creer que hemos sido visitados por
alienígenas, creer en conspiraciones a nivel mundial, creer en una batalla
milenaria entre los habitantes de Sirio y los habitantes de Betelgeuse, creer
en vidas sucesivas, en un momento en que habitamos una galaxia lejana para
luego volver a nacer en este planeta, con quién sabe qué misión, creer en los
canales y la cara tallada de Sidonia, Marte, en la vinculación entre las líneas
de Nazca y los extraterrestres, en la Atlántida, el Triángulo de las Bermudas y
el monstruo del Lago Ness, en las formas en la roca visibles en Marcahuasi,
Perú, en imperios galácticos, viajes en el tiempo, mundos paralelos…
Pero para quienes quieran saber o encontrar algo parecido a una
certeza, el viaje a La Aurora sólo aporta historias. Algunas absurdas, otras
inquietantes, otras tantas divertidas, pero todas ellas historias, como quien
dice ficciones, historias de
avistamientos de naves espaciales no humanas, historias de evidencias de
radiactividad, animales muertos, motores quemados y alambres retorcidos,
historias de misteriosas energías, seres interdimensionales y más luces en el
cielo.
Esas historias, entonces, van quedando en
mi pasado a medida que me alejo de Salto y empiezo a pensar en otra cosa;
prendo una luz, abro el libro que estoy leyendo, suspiro y me desplazo hacia
otro mundo ficcional.
Salvo, claro, que me lo haya perdido todo
por haber visitado la estancia a una hora tan aburrida como las dos de la
tarde.
Apuntes para una breve historia de la
ufología
Se puede empezar por los abundantes reportes
de “aeronaves misteriosas” (mystery airships)
en los últimos años del siglo XIX. Extraños objetos voladores parecidos a
dirigibles fueron avistados en California entre 1896 y 1897, desde “la abeja de
Sacramento” (un objeto que se movía lentamente en el cielo y del que algunos
testigos dijeron que era operado a pedal) hasta los extraños jeroglíficos
encontrados en el supuesto sitio donde se estrelló una de estas aeronaves el 19
de abril de 1897. Posteriormente fueron invocadas explicaciones racionales, por
ejemplo encuentros con aeronaves humanas (dirigibles primitivos como el Aereon del inventor Solomon Andrews, la
nave La France de Arthur Krebs y
Charles Renard y la aeronave diseñada por David Schwarz, muy parecida, se dice,
a los reportes en la prensa; en cualquier caso, queda claro que la tecnología
que permitiría artefactos voladores ya existía), fraudes e, incluso, enjambres
de escarabajos. En cuanto al origen extraterrestre de los artefactos, varios
artículos de 1897 en el Washington Times
hablaron de “marcianos”.
Veinte años atrás, recordemos, el astrónomo Giovanni
Schiaparelli había descrito los canali
–“canales” en el sentido de lechos de
ríos– visibles al telescopio en la superficie de Marte, término que fue
traducido al inglés como canals,
connotando la condición artificial de las estructuras y dando comienzo a una
verdadera martemanía que se prolongó, al menos, hasta la publicación de los
sucesivos relatos de las Crónicas
marcianas de Ray Bradbury, además de dar pie a la escritura de La guerra de los mundos, novela de
H.G.Wells publicada, precisamente, en 1897.
También están los foo fighters reportados por pilotos aliados en la Segunda Guerra
Mundial. Los primeros avistamientos se produjeron en noviembre de 1944 e
implicaron una formación de aeronaves esféricas moviéndose sobre territorio
alemán. Se habló, en su momento, de una nueva arma alemana y, después, de
fenómenos similares al fuego de San Telmo (descarga electroluminiscente
provocada por la ionización del aire dentro del campo eléctrico de una
tormenta). Otros casos reportados incluyeron “bolas de fuego”.
Una notoria proliferación de casos de
avistamiento es contemporánea de los primeros años de la posguerra y el
comienzo de la Guerra Fría. Durante la Guerra de Corea, de hecho, muchos de los
presuntos casos de Objetos Voladores No Identificados fueron pensados como
pruebas de armas secretas de la Unión Soviética. El gobierno de Estados Unidos
ordenó una serie de investigaciones, que culminaron con la publicación del
informe del comité Condon, de la Universidad de Colorado, en activo entre 1966
y 1968. Este informe concluyó, después de examinar cientos de casos de
avistamientos, que no había mayor interés científico en el asunto.
Estudios posteriores incluyen en Proyecto
Identificación (1973-1980, también en Estados Unidos) y los estudios franceses
de la GEIPAN (originalmente GEPAN y SEPRA), muy criticada por los escépticos,
además del reporte COMETA, también francés, y el proyecto Condign (1996-2000),
del Reino Unido.
Una nómina de casos célebres de
avistamiento debería incluir la experiencia de Kenneth Arnold (un piloto que,
el 24 de junio de 1947, reportó haber visto nueve objetos metálicos volando
cerca del monte Rainier, 87 km al sur de Seattle, Washington; al referirse a
este avistamiento la prensa utilizó el término “platos voladores” por primera
vez), el célebre “caso Roswell” (también en 1947, y más allá de la fraudulenta
“autopsia” involucró los restos de una presunta nave espacial estrellada en
Nuevo Mexico), el avistamiento (e intento de intercepción) de una aeronave
misteriosa en Teherán, Irán (en 1977), los 3500 avistamientos de la “Ola de
Ovnis” de Bélgica (1989-1991) y las luces en forma de V reportadas en Phoenix,
Estados Unidos, en 1997.
En la década de 1970, además, fue propuesto
el llamado “Sistema Hynek” de clasificación de avistamientos. Estarían por un
lado tres tipos de fenómenos –NL, luces nocturnas, DD, discos vistos a la luz
del día y RV, objetos que aparecen simultáneamente al ojo desnudo y al radar– y
por otro tres tipos de “contacto”: encuentros cercanos del primer tipo –cuando
objetos son vistos en las proximidades del observador pero no hay una
interacción física–, del segundo tipo –similar al primero pero con el añadido
de evidencia física del tipo huellas, daños en la vegetación, etc–, y del
tercer tipo, que requiere el avistamiento de tripulantes. Posteriormente fue
añadido un cuarto tipo, el de los casos en los que se habla de “abducción”, y
un quinto, que involucraría contacto directo y consciente entre humanos y
extraterrestres. De acuerdo a esta clasificación, la más utilizada por
ufólogos, la experiencia de Ángel Tonna es un encuentro cercano del segundo
tipo, en tanto vio una aeronave en el cielo y además detectó huellas de su
presencia, pero jamás reportó haber visto o, mucho menos, entrado en contacto
con sus tripulantes.
Acaso pueda pensarse en una ufología que se
pretende una ciencia (aunque, hasta la fecha, la comunidad científica no ha
aceptado ese estatus para la disciplina), que intenta por tanto encontrar y
describir evidencia sólida y que parte de la suposición de que algunos objetos
voladores no identificados son vehículos capaces de recorrer la distancia entre
nuestro planeta y las estrellas, tripulados por seres físicos con un origen
evolutivo diferente al nuestro.
También podríamos trazar, como si
se tratara de un esquema de círculos concéntricos, una serie de
prácticas y discursos vinculados a esta ufología pero ajena a la forma más dura
de sus pretensiones científicas; sería, entonces, una ufología “especulativa”,
e incluiría, por ejemplo, las ideas de “antiguos astronautas” de Erich von
Däniken, Giorgio A. Tsoukalos, Zecharia Sitchin, Robert K.G.Temple, David Icke
y Peter Kolosimo. La premisa de esa variante ufológica sería que la historia de
la humanidad está marcada por visitas de extraterrestres, que han dejado signos
de su presencia, abiertos si se quiere a la interpretación; esta semiótica
extraterrestre, por llamarla de alguna manera, convierte a la figura humana del
sarcófago maya de Pacal el Grande en el tripulante de una nave espacial, a los
cráneos elongados de Nazca y Egipto en híbridos humano-alienígenas, a los
jeroglíficos de Abidos, Egipto, en representaciones de helicópteros y, la
favorita de muchos, a la visión de Ezequiel en la Biblia un encuentro cercano
del tercer tipo.
Al mismo nivel que estas hipótesis
podríamos ubicar los diversos bestiarios ufológicos, que incluyen, por ejemplo,
a los “reptilianos”, criaturas de hasta 3 metros y medio de estatura
provenientes de la estrella Alfa del Dragón (también llamada “Thuban”, a 309
años luz del Sistema Solar; esta estrella señalaba el polo norte hace 4800
años, de la misma manera que actualmente lo hace Polaris o Alfa de la Osa
Menor), capaces de cambiar de forma, bebedores de sangre y, además,
involucrados en una conspiración mundial denunciada, entre otros, por el
ufólogo y teórico de las conspiraciones David Icke (quien señala que George W.
Bush y la reina Isabel II están entre los humanos alineados con estos
extraterrestres en sus planes de dominación). La nómina de especies también
incluiría a los “grises”, seres de cuerpo menudo, asexuados, de grandes cabezas
y ojos negros y a los “hombres de negro”, que en algunas hipótesis son humanos
y en otras extraterrestres, encargados de proteger determinados “secretos”
vinculados a la vida alienígena.
Un círculo más externo a este sistema que
pensamos acá incluiría nociones por el estilo de la de los alienígenas como seres “de otras
dimensiones” o incluso “interdimensionales”; se habla también de los extraterrestres
como “seres espirituales” y se los clasifica, en algunos sistemas, según su
origen y según a qué grupo o “concejo” pertenecen, dependiendo de ello las
“enseñanzas” que imparten a la humanidad. Así, se habla de los “arturianos” (que serían benignos y
sanadores), los “pleyadianos” (que poseen cuerpos físicos, comparten con
nosotros segmentos de ADN, estuvieron en contacto con los pueblos originarios
de América del Norte y están más vinculados al lado femenino de la divinidad),
los alineados al “Comando Ashtar”, una suerte de fuerza militar interestelar, y
los “sirianos”, más avanzados que otros grupos de extraterrestres (en tanto, al
parecer, la estrella Sirio funciona como universidad interestelar) y en
contacto, a lo largo de nuestra historia, con los mayas y los egipcios
(ayudaron a construir las pirámides), además de haber servido de asistencia
durante la catástrofe que destruyó la civilización de la Atlántida y de haber
educado a todos los “maestros ascendidos” humanos.
Quienes piensan dentro de
estas ideas suelen afirmar que muchos hombres y mujeres han vivido varias
vidas, algunas de ellas incluso como extraterrestres, de modo que el vínculo
entre humanos y alienígenas, más allá de las distancias físicas o biológicas de
las que hablaría la ufología más materialista o con pretensiones científicas, sería
de índole espiritual. Acá estamos, por supuesto, dentro de lo que podríamos
llamar el reino de la espiritualidad new
age, de la gnosis y del esoterismo en general.
Publicada en el número 17 de Lento (agosto 2014)
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