Blackstar, David Bowie
Sonido
y visión
La carrera de David Bowie (nacido David
Jones en 1967) demoró en arrancar. De sus esfuerzos de la década de 1960 no hay
mucho que rescatar más allá de la curiosidad de los fans más acérrimos, aunque
Bowie fundó e integró no pocas bandas (The Konrads, The King Bees, Davie Jones
and the King Bees, The Manish Boys, The Lower Third, The Buzz, The Riot Squad,
para adoptar el apellido “Bowie” recién a comienzos de 1967) y lanzó un álbum
solista (David Bowie, de 1967) antes de obtener su primer éxito
creativo y de público. Que fue, por supuesto, de la canción “Space Oddity”,
inspirada por 2001: a Space Odyssey y
oportunamente llevada a las disquerías cinco días después del lanzamiento del
Apolo 11 para resultar en el primer hit
del cantante.
Pero esa conquista no se repitió de
inmediato. Los álbumes Man of words/Man
of music (1969, relanzado en 1972 como Space
Oddity), The man who sold the world (1970)
y Hunky Dory (1971) no llegaron a
posiciones significativas en las listas de éxitos, aunque, en particular el último,
sí dejaron claro logros estéticos y el talento –o al menos la promesa– de Bowie
como compositor y cantante. El álbum de 1971, de hecho, incluía canciones como
“The Bewley Brothers” o “Quicksand”, notoriamente por encima de todo lo que Bowie
había compuesto anteriormente, en un disco que retoma poco del sonido más duro
y orientado al hard-rock y el blues del álbum anterior pero abunda en cierto
pop paradójicamente liviano y cargado de letras esotéricas. Pero, acaso más
importante, ofrecía una clara instancia en que Bowie se puso la máscara de otro
músico y asumió una diferente persona musical:
la canción “Queen Bitch”, que suena a un minucioso pastiche de The Velvet
Underground.
Es posible, entonces, que Bowie tuviera que
aprender a representar a una estrella de rock para llegar a convertirse en una.
El álbum que sigue, The Rise and Fall of
Ziggy Stardust and The Spiders from Mars (1972) marca su consagración
definitiva e inaugura una de las sucesiones más vertiginosas de obras maestras
conocida en la historia del rock: hasta 1980 Bowie no para de ofrecer discos
hermosísimos que concentran tendencias marginales y diversas y las potencian a
nuevos niveles, ofreciendo de paso material a generaciones posteriores. Es una
imagen simplista, pero resulta difícil evitarla: Bowie como un músico siempre
“un paso adelante”, como el que vuelve del futuro para ofrecer sonidos
diferentes, nuevos.
Otra manera de narrar este proceso es
presentar a Bowie funciona más bien como un atento receptor de sonidos aún no
desarrollados a gran escala. En ese
marco puede pensarse, por ejemplo, el uso del krautrock, la protoelectrónica y el ambient en la llamada Trilogía
de Berlin, que incluye los álbumes Low
(1977), “Heroes” (1977) y Lodger (1979), los tres grabados junto a
Brian Eno, o también la manera en que el glam rock de Ziggy… y Aladdin Sane (1973)
se vuelve un antecedente del punk (y, a su vez, había sido “tomado” o
“derivado” de los trabajos de Marc Bolan e Iggy Pop).
Altibajos
y silencio
Para la década de 1980 cabía preguntarse
qué había pasado con el Bowie inmerso en el art
rock, el Bowie explorador musical, el Bowie capaz de ofrecer sonidos que sonaban
como venidos de otro planeta. Porque, si bien hay temas aislados especialmente
buenos (“This is not America”, por ejemplo, o “Absolute Begginers”), es entre
1983 y 1991 que Bowie ve su peor momento, para después empezar a repuntar.
En cierto sentido, la carrera pos-ochentas
de Bowie alcanzó su máximo hace trece años, con el díptico Heathen/Reality (2002 y 2003 respectivamente), que llegaron
–especialmente el primero– a ser considerados por la crítica como trabajos “a
la altura” de los álbumes de la década de 1970. Reality es un disco más directo, inmediato y quizá menos ambicioso,
grabado con la banda en vivo con la que Bowie salió de gira en esos primeros
años de la década de XXI. Heathen, en
cambio, atiende a otras texturas y
paisajes sonoros, acaso más interesantes y logrados. Ambos álbumes, entonces,
resultaron a primera vista más satisfactorios que Hours (1999), el mencionado Earthling
o incluso 01.outside (1995), un disco que habría que revalorar en
tanto es quizá el mejor de esa década. Sin embargo, ser “mejores” que todo lo
que Bowie había producido después de 1983 no implica, por supuesto, alcanzar
los mismos niveles de calidad e impacto que lo mejor de la discografía.
Entonces Bowie pasó diez años sin hacer más
que algunas colaboraciones en discos de otros músicos. Parecía que Reality quedaría como su último trabajo y
eso, de alguna manera, empezó a generar gusto a poco. Hasta que apareció The Next Day (2013), álbum que superó a
los discos de la década del 2000 y, efectivamente, se instaló al nivel de, por
ejemplo, Scary Monsters (and super
creeps) (1980). De hecho, The Next
Day revisitaba explícitamente la Trilogía de Berlín, hasta el punto que su
portada reproducía la de “Heroes” con
la imposición de un rectángulo blanco en el que el título del álbum aparecía
con una fuente bastante anodina o “neutra” (una interesante postura con
respecto al pasado personal, por cierto). Las letras hablaban de desolación, de
soledad, de paisajes urbanos en ruinas o vaciados de significado, y el sonido
parecía de pronto más espeso, más logrado, más significativo o más capaz de
establecer un diálogo con el presente. Era una suerte de final al llamado
“Bowie neoclásico” o, mejor, una manera de entender esa etapa pasada como una
búsqueda más de una expresión sólida y artesanalmente lograda que una
experimentación o una indagación de nuevos territorios. Un Bowie conservador,
digamos, en oposición al Bowie “explorador” de la década de 1970.
La cosa se puso todavía más interesante al
año siguiente, cuando apareció Nothing
has Changed (2014), un compilado
fácilmente postulable como el más completo y de mejor sonido en cuanto a
remasterización, con una selección que retrocede incluso hasta la década de
1960 en su versión de tres CD e –atención acá– incorpora un tema grabado
especialmente para la ocasión, “Sue (or in a season of crime)”.
Se podría decir que el efecto fue
desorientador. La canción –con una base que parecía acercarse al free jazz, a una tentativa búsqueda
atonal y un trabajo vocal muy cercano a Scott Walker, una de las tantas
influencias reconocidas y homenajeadas por Bowie– no se parecía a lo que había
ofrecido The Next Day, cosa que podía
sugerir una nueva dirección. ¿O era un experimento tan destinado a cerrarse
sobre sí mismo como el industrialismo de 01.outside?
Finalmente la respuesta apareció bajo la forma de un nuevo single y, ahora, de
un nuevo álbum. Y no sería una respuesta sencilla.
La
resurrección de Lázaro
Es cierto que el disco deslumbra y que, por
eso, convendría acaso esperar que ese primer efecto se asiente. Pero
difícilmente podrá llegarse a desbancar a Blackstar
(lanzado para el cumpleaños número 69 de Bowie) entre lo mejor de su
producción reciente. O de su producción a secas. Se trata de un trabajo corto,
al menos en comparación a los discos precedentes. En sus 40 minutos (53 duraba The Next Day, 50 Reality, 52 Heathen)
parece pensado para el formato vinilo, y de hecho la edición en LP ofrece una
portada diferente, sugiriendo –al menos para los coleccionistas más
completistas– un esquema que requiere todos los formatos disponibles.
Una serie de primeras escuchas parece
confirmar ese acercamiento al vinilo (lo cual no sería extraño, ya que el
formato preferido por los compradores de música “física” está migrando
marcadamente desde hace ya un tiempo del CD al LP por razones que no vale la
pena discutir acá pero que incluyen sin duda una revaloración del sonido
analógico y, además, una atención al disco como objeto de interés estético), en
tanto los primeros tres temas comparados con los cuatro restantes ofrecen algo
así como un esquema de lado A (con el tema que da nombre al disco y fue su
primer sencillo y video encabezando la selección) versus lado B (con temas más
oscuros y menos evidentemente hits,
pero también con un comienzo contundente para esa segunda mitad).
Esa primera canción del “lado A” es
“Blackstar”, que fuera divulgada hace ya unos meses con un video especialmente
ominoso en que Bowie parece reunir a H.P.Lovecraft y la imaginería visual de
Guillermo del Toro con el expresionismo alemán y la serie Carnivale. Musicalmente no resulta menos desconcertante: tras una
primera sección oscura y de ritmo insistente –con ciertos dejos techno y
saxofones y flautas aportando a la atmósfera– aparece un centro más luminoso y
en tonos engañosamente mayores, que poco a poco va regresando al clima del
comienzo. No se parece a nada o casi nada en la discografía previa, excepto,
quizá, a algunos climas de los temas instrumentales de “Heroes” y a algunas secciones de Diamond Dogs (1974). La conexión con “Sue” está ahí, pero no es
especialmente abrumadora. De hecho, abriendo el “lado B” aparece una reversión
de ese tema, más ligera en su base jazzera
pero a la vez cercana al noise, como
si hubiese sido producida por los Sonic Youth (de hecho estas diferencias
recuerdan el trabajo al que había sido sometida, allá por 1997, la canción “I’m
afraid of Americans” para generar diferentes versiones compiladas en varios
sencillos, la más difundida –y que terminó siendo la privilegiada en su reinterpretación
en vivo– a cargo de Trent Reznor, de Nine Inch Nails).
Llama la atención también la reversión de
“’Tis a pity she was a whore”, el lado B de “Sue”, mezclada y ecualizada de
manera completamente diferente y libre de efectos de sonido al comienzo.
Otra de las canciones centrales del disco
es “Lazarus”, cuya melodía y armonía recuerdan un poco al estribillo de "Slip Away", de Heathen, aunque la base musical es completamente diferente. “Lazarus” –que aparece además en el musical de Broadway compuesto
hace pocos meses por Bowie– fue lanzada como sencillo en diciembre, y en su
video podemos ver al mismo personaje que encontramos en “Blackstar”, con una
suerte de venda anudada en su cabeza y dos botones en lugar de los ojos.
De las canciones que integran el “lado B”
acaso la más inquietante sea “Girl loves me”, en la que el clima retorcido y oscuro del disco encuentra un momento especialmente intenso. Hay capas de
sonido, pequeños detalles y ecos de las melodías cantadas anteriormente, formando
un conjunto de gran complejidad.
Como en lo mejor de la discografía de
Bowie, las canciones de Blackstar sorprenden
por su mezcla (inusitada, impredecible, ecléctica) de influencias, por el todo
formado por esas partes rastreables a un conjunto vastísimo de bandas y
estéticas. En ese sentido, el logro musical representado por este nuevo álbum
está cerca de lo que en su momento significó la trilogía de Berlín, lo cual
evidentemente no es poco, en tanto hay cierto consenso con respecto a que Low y “Heroes” son lo mejor de lo producido por Bowie.
Es en ese sentido que vale la pena decir
que Blackstar ya no sólo demuestra
que Bowie puede hacer música “tan buena” como la que supo hacer en sus años de
esplendor sino que, en realidad, quien supo ser Ziggy Stardust y el Duque
Blanco sigue vivo, sigue explorando y sigue siendo capaz de, cuando le cuadra,
ofrecer música capaz de fascinar, sorprender e intrigar. A lo mejor –¿quién
sabe?– el Bowie septuagenario está comenzando una segunda era de esplendor,
brindando a nuestro planeta Tierra música que, evidentemente, viene de una
galaxia muy, muy lejana.
Publicada en La Diaria el 8 de enero de 2016
Postadata del 26 de abril: estilo tardío
Bowie murió a los pocos días de publicada la nota anterior, y en los días -meses- que siguieron escuché decenas de veces el que sería el disco final -terminal- de su creador. Más allá de un par de precisiones con adjetivos y una corrección, la nota queda reproducida acá tal cual fue publicada en La Diaria. La idea, en su momento, fue también usar el disco nuevo como pretexto -una vez más- para repasar la discografía (esa parte del artículo no la he tocado ni releído), y en ese sentido es fácil pensar que Blackstar requería una reseña más extensa. Ahora, por supuesto, con el disco completo en mi memoria -by heart se dice, y mejor, en inglés- hay muchas cosas que preferiría decir, detalles que destacar y conexiones que hacer, pero, creo, no tiene sentido reescribir una reseña publicada a pocos días de la primera escucha del disco (una escucha, por cierto, a partir de unos feos MP3 leakeados, que no le hacían justicia al esplendor sónico que oiría después), aunque me cuesta no avergonzarme un poco ante las expresiones más torpes y desencaminadas y la falta de atención a la pasmosa riquesa de sonido tan notoria en Blackstar. Ahora, pensando persistentemente en el estilo tardío de Bowie, mi atención se ha desplazado; en el "lado B" destacaría, ahora, "Dollar Days", quizá la canción definitiva de Bowie, y no dejaría "I can't give everything away" sin comentar.. o, ya que estamos, lograría evitar meterme en la maraña de referencias y paranoias en la que se enredan los dos videos que muestran al último personaje interpretado por Bowie. Pero ya habrá oportunidad.
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