Carros de fuego y otros cuentos, Mario Levrero
Apuntes de un levreriano melancólico
Al momento es fácil conseguir en librerías
de plaza cualquiera de las novelas de Mario Levrero, con la única excepción del
texto experimental Ya que estamos (2001). Incluso se puede comprar por ahí una
práctica edición en un sólo volumen de La
trilogía involuntaria, que seguirá siendo para muchos (no para mí) lo mejor
de su autor o, al menos, de su etapa digamos “imaginativa”.
No pasa exactamente lo mismo con los
cuentos. O sí, o casi, o de una manera más dispersa. Es decir: en vida Levrero
preparó (seleccionó y ordenó) cuatro libros de relatos: La máquina de pensar en Gladys (1970), Espacios libres (1987), El
portero y el otro (1992) y Los carros
de fuego (2003), a los que cabe sumar los preparados por editores y
publicados en vida del autor, Todo el
tiempo (1982), Aguas salobres (1983),
Los muertos (1986) y Algo pegajoso (2004; en rigor se trata
de una selección en plan greatest hits, ya
que, a diferencia de los anteriores, carece de material hasta ese momento
inédito), además de Irrupciones I y II (2001), que juntan cuentos breves con
otras tantas piezas diversas. Después, ya muerto Levrero, apareció una edición
completa de Irrupciones (2007) y el
compilado Nuestro iglú en el Ártico (2012),
además de Diario de un canalla. Burdeos,
1972 (2013), que reúne los dos textos del título (el segundo inédito y el
primero incorporado originalmente a El
portero y el otro).
Buena parte de estos libros de narrativa
breve se encuentran fácilmente recorriendo librerías de Montevideo, y algunos
están disponibles también en Buenos Aires. Incluso coexisten dos ediciones de La máquina de pensar en Gladys, a cargo
de Irrupciones (la primera) y Criatura Editora (la innecesaria segunda). Lo que
falta, entonces, es un buen Cuentos
Completos de Mario Levrero, que reúna y ordene los textos y, ya que soñar
cuesta eso que se dice que cuesta, incorpore algún inédito que todavía pueda
sorprendernos.
En este contexto cabe preguntarse por el
significado (ya no digamos el “valor”) de un nuevo compilado parcial lanzado al
mercado. Así, Carros de fuego y otros
cuentos, la sexta entrega de la 14ª serie de la clásica colección Lectores de la Banda Oriental (que ya
había publicado anteriormente a Levrero en 1982, con Todo el tiempo, al año siguiente, con La ciudad, y en 1991, con la primera edición completa de El lugar, publicada por primera vez en
la mítica revista argentina de ciencia ficción y fantasía El péndulo) reúne doce relatos y los presenta junto a un prólogo a
cargo de Elvio E. Gandolfo, quien quizá
–el libro no lo detalla– fue responsable también de la selección.
Por esa línea puede empezar a asomar un valor
de este libro; así, buena parte del interés extra de Nuestro iglú en el Ártico (ya que los cuentos se podían y pueden leer
en otros lugares) era el criterio seleccionador de Ricardo Strafacce (quien
privilegió la zona fantástica/imaginativa de la producción levreriana), y del
mismo modo podemos pensar ante este Carros
de fuego que la presencia y el criterio de Elvio Gandolfo –quien conoció
como pocos a Levrero en vida, lo leyó extensivamente, lo entrevistó, reseñó y
acompañó sus publicaciones– nos aporta un gustito extra. Su selección (asumo que
es suya aunque, insisto, el libro no lo declara así) apuesta ante todo por la
variedad, por los registros diferentes, por las idas y venidas desde géneros
más o menos claros (el policial, la
fantasía, quizá incluso el terror, el slipstream) y por una notoria representatividad de las diversas
fases o etapas en la vida creativa de Levrero.
Así,
entre los incorporados hay piezas notoriamente menores pero siempre
interesantes (“Los jíbaros”, “Una confusión en la serie negra”), algunos
clásicos inoxidables (“La calle de los mendigos”, “Ese líquido verde”, “La casa
abandonada”) y una indudable obra maestra y clásico indiscutible de la
narrativa rioplatense de fines del siglo XX, “Espacios libres”. A la vez, cabe
preguntarse por qué incorporar “El sótano”, que no sólo aparece en las dos
ediciones que circulan por ahí de La
máquina de pensar en Gladys sino que incluso ha sido publicado por separado
dos veces y en preciosas ediciones ilustradas (la primera de Puntosur, 1988,
con ilustraciones de Sergio Kern; la segunda de 2008, por Alfaguara y con
ilustraciones de Hogue); por supuesto que puestos a defender la selección no
sería difícil responder: había que incluir también esa línea de la narrativa
levreriana, esa cosa entre el nonsense,
la obra de Lewis Carroll, el surrealismo, lo fantástico y la asombrosa visión
extrañada de la niñez y lo “infantil”.
Hay que celebrar también la inclusión de
“Los carros de fuego”, el último gran relato de su autor y acaso algo
(injustamente) olvidado por la crítica más reciente, quizá porque la edición de
Trilce de 2003 es un poco más difícil de encontrar que el resto del corpus breve de Levrero. En cuanto a los
otros textos, es fácil discutir si este sí o si aquel no, pero ahí lo que se
juega es ese compilado perfecto de Mario Levrero que cada uno de sus lectores
puede imaginar, así que no se trata de algo que valga la pena discutirle a
Gandolfo o a la gente de Banda Oriental.
Lo que sí podría señalársele al equipo
editorial (así como celebrar que se hayan aportado datos de edición original
para todos los relatos) es alguna que otra imprecisión o fealdad de
diagramación; algunas de estas pasan por insignificantes (hay una aclaración
editorial de una línea que ocupa entera la página 34, por ejemplo) y propias de
una lectura quisquillosa por demás, pero otras no lo son tanto: por ejemplo, no
se entiende del todo por qué el libro se llama Carros de fuego y otros cuentos, cuando el texto al que se alude se
titula Los carros de fuego, y es
indudable que no habría estado mal que se nos aclarara quién fue el responsable
de la selección. En cualquier caso, el libro es una muy adecuada introducción a
la obra breve de Levrero; es cierto que a estas alturas cabe pensar que un
compilado más no suma gran cosa, pero no sólo tampoco resta sino que, de hecho, para una buena cantidad de lectores este
podría ser el punto de entrada a la obra fascinante de Levrero, y en ese
sentido debe ser bienvenido.
Yo, en cualquier caso, sigo esperando el
momento en que guarde en mi biblioteca ese Cuentos
Completos. Ojalá sea pronto.
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