La lluvia sobre el muladar, Martín Bentancor
Por cierto tiempo Martín Bentancor fue algo
así como un secreto bien guardado en la literatura uruguaya contemporánea. Es
decir: durante esos años –que vieron a su vez no pocas publicaciones– Bentancor
se las arregló para explorar desde un lugar ligeramente periférico géneros y
registros, desde el policial de las novelas que escribiera a cuatro manos junto
a Rodolfo Santullo y que eventualmente abandonaría (Santullo, en cambio,
persistió en su opción de género y se mantiene como un referente obligado de la
novela negra en nuestro país) hasta incursiones en la historieta, cierto
realismo costumbrista y el relato histórico.
Pero fue con Muerte y vida del sargento poeta (2013) y después El inglés (2015), ambas merecedoras de
los premios más prestigiosos de nuestro medio (Narradores de la Banda Oriental
y el Premio Nacional de Literatura, respectivamente) que no sólo la producción
de Bentancor adquirió un nivel más alto de visibilidad sino que, incluso,
pareció redondear un lugar más específico para su obra y su perfil de autor,
eso que en la contratapa de su libro más reciente señala Alicia Torres como la
cualidad de “un escritor arraigado en su tradición y decididamente
contemporáneo”. Y en el panorama variopinto de la nueva narrativa uruguaya,
entre sus compañeros de generación digamos, Bentancor llama sin duda la
atención por su interés por ciertos escenarios rurales, por las zonas
recónditas del llamado interior profundo.
De hecho, la carrera reciente –por llamarla
de alguna manera– de Bentancor se afinca en una tan real como ficcional Tercera
Sección del departamento de Canelones, “el terreno –leemos en la “Noticia sobre
estos cuentos” que prepara al lector del libro cuya contratapa mencionaba
recién– en el que (…) chapotean mis personajes; esto es, la zona comprendida
entre Paso de los Botes y Guadalupe, desde la verde región de Las Brujas hasta
los Campos del Inglés” (p.5). Posiblemente esto haya propiciado que se lo
reuniera de alguna manera con otro cultor de los marginales del interior,
Gustavo Espinosa, pero si en las tres novelas publicadas hasta la fecha del
autor de Carlota podrida (no cuento China es un frasco de fetos, su primera
novela, porque notoriamente explora registros disímiles al de los otros tres
libros) se ve más una clausura, un cierre de posibilidades narrativas ya
estériles (no en vano la última se titula Todo
termina aquí) que un camino fértil –como el elegido por Bentancor, que sin
duda no ha visto aún sus mejores momentos–
a seguir explorando.
La
lluvia sobre el muladar, el libro que pretende
reseñar esta nota, es un muestrario de esa etapa exploratoria previa a la
consagración de Bentancor, tanto la crítica (en particular en relación a El inglés, su novela más celebrada) como
la de la escritura misma, que sin duda ha encontrado en ese ejercicio digamos
faulkneriano de exploración de una comarca y los personajes que la habitan y
recorren en el tiempo y el espacio, el camino por el que alcanzar su
potencialidad expresiva y construirse como una obra singular en su contexto.
Así, opera como una suerte de fin de camino o de rejunte de aquello que ha
dejarse atrás, y en ese sentido, para su autor, está plenamente justificada.
Quizá no tanto para los lectores, por otro
lado, que encontrarán ciertos desniveles de calidad; estos, por otro lado, son
comprensibles dada la amplitud del periodo cubierto, que va desde lo más
cercano publicado a un momento de formación del autor hasta las primeras
construcciones o reconstrucciones textuales de esa Tercera Sección (es de notar
que el libro no incluye fechas de publicación ni procedencia de los textos; a
la vez, en la nota introductoria del autor se habla –y dos veces– de un cuento
titulado “Permanencia”, cuando el índice y la página 176 dan “Persistencia”;
quizá se buscó un juego textual/conceptual con ambos textos: después de todo,
los cuentos del libro permanecen y también persisten).
Parece curioso, sin embargo, que entre los
cuentos ofrecidos los mejores no pertenecen a esa dirección tomada por la
escritura de Bentancor; así, por nombrar tres, “Pequeño bardo” (que había sido
publicado en Entíntalo, un compilado
de cuentos derivado del concurso de narrativa joven que abriera el Centro Cultural
de España en 2012), “El despenador” (que vio una edición a cargo de La Propia
Cartonera), “Instalaciones” y “Hola, soy Eduardo Galeano” (en su momento
publicado en el volumen El aire de
Sodoma, por La Propia Cartonera, junto a “Los huesos”, recogido en este La lluvia sobre el muladar, y también
“Obituario. Ernesto R. Sappeda (1931-2000)” y “La ruta del vino”, que fueron
dejados de lado) ofrecen muestras posibles de direcciones eventualmente
descartadas. De estos, el mejor es seguramente “Hola, soy Eduardo Galeano”, con
“El despenador” –más bien una nouvelle–
siguiéndolo de cerca. Podría pensarse también en “Las instalaciones” como un
momento de gran interés no del todo resuelto y el fallo más fascinante (después
de todo, tantas veces los textos fallidos y ambiciosos valen mucho más que los
éxitos artesanales más acotados y mínimos) tanto del libro como de la carrera
de su autor (junto a otro texto recogido en este libro, el acaso más ambicioso
todavía “La muerte de Solís”).
No se trata, entonces, de una suerte de
primera entrega de cuentos completos de
su autor (ha dejado de lado, por ejemplo, y con buen tino, el cuento “El fin de
la infancia”, publicado en el tomo 11 de A
palabra limpia, la colección de libros que publicaba los premios y las
menciones del concurso de narrativa joven que organizaba la filial Jai de la
B’nai B’rith, así como también las viñetas que integraban el libro Procesión, de 2009), pero está cerca de
cumplir esa función. Ignoro si a Bentancor, por otro lado, le aporta que
circulen un poco más estos textos: quizá se trate, más bien, de sacárselos de
encima, al menos los más flojos de la selección (“Las brujas de Las Brujas”,
que ya empieza a referirse a la Tercera Sección, “Montevideo”, acaso también “Procesión”
y “Los huesos”), y también de reunir los que sí valen la pena (los ya
mencionados y el excelente “Dominación”) en una edición bella y prolija, que
documenta una serie de caminos posibles finalmente no tomados, casi como si
viniera del futuro, de un momento en que esos exégetas con los que bromea el
autor en su nota introductoria reclamen cierta redondez a una bibliografía que
supo incluir ediciones alternativas, artesanales, inconseguibles y también, en
rigor, olvidables.
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