Volver al oscuro valle, Santiago Gamboa
Volver
a las ciudades espléndidas
Hay que leer a Santiago Gamboa. No sé –ni
tengo ganas de ponerme a especular sobre ello ahora– por qué su obra permanece
algo menos presente para los lectores locales que las de otros de sus colegas
hispanoamericanos y compañeros de generación (Rodrigo Fresán, Edmundo Paz
Soldán, Jaime Bayly, Alberto Fuguet, Ray Loriga), pero está claro que su
recientísima visita a la 40 Feria Internacional del Libro de Montevideo ofreció
la ocasión perfecta para que fuera distribuida al menos su última novela y se
pudiera escuchar por ahí a este colombiano que dejó su país a los 19 años,
estudió en Madrid y en París y fue diplomático en India, por ofrecer un esquema
demasiado básico de sus desplazamientos por el mundo (a quienes les interese
esa faceta les conviene procurar el precioso libro de viajes Ciudades al final de la noche, que
lamentablemente no se consigue en plaza pero, Internet mediante, no es imposible
de adquirir).
Quizá pensar en ese impulso nómade o
cosmopolita pueda ofrecer una buena vía de entrada a la literatura de Gamboa,
abundante en viajes, escenarios y registros del habla iberoamericana. En ese
sentido, Volver al oscuro valle, publicada
en Colombia el año pasado y ahora disponible acá en Montevideo, no es atípica;
por el contrario, página tras página Gamboa logra construir un diagnóstico
hiperlúcido tanto de la realidad europea más reciente –desde Roma en las
primeras páginas hasta un atentado a la embajada de Irlanda en Madrid, apenas
30 páginas después, más el amenazante retorno de la extrema derecha y la
reaparición en el centro de la escena de tantos grupos neonazis, para terminar
en Etiopía– como de los tiempos que vive su Colombia natal.
En líneas generales se trata de una novela
sobre colombianos que regresan a su país de origen tras un largo periplo
europeo, y lo hacen con el propósito de una venganza. Así, van intercalándose
capítulos narrados por el Cónsul, intelectual mundano y escritor, y por
Manuela, una joven poeta colombiana que deja atrás un pasado de violencia
terrible para entrar a las miserias (y también los esplendores) de la
literatura y partir después a Madrid en calidad de estudiante de posgrado. En
la capital española, entonces, el azar concurrente –por usar la feliz expresión
de José Lezama Lima– los reúne en una pelea callejera, y a partir de allí
empieza a gravitar sobre ellos la necesidad del regreso a Colombia. En ese
viaje los acompañará Tertuliano, un argentino delirante (dice ser hijo del
papa) autoproclamado mesías ecológico y líder de diversos grupos de extrema
derecha, pero también confluyen en ellos otras historias y otras vidas, entre
ellas las del poeta francés Arthur Rimbaud, sobre quien escribe deslumbrado el
cónsul y cuya vida va siendo narrada por éste paralelamente a los hechos de la
trama.
Quizá en el diálogo entre una novela de
aventuras no ajena a los modos de un thriller
contemporáneo y el registro más
digamos histórico –presente tanto en
las referencias recurrentes al pasado de Colombia como en el repaso de la vida
de Rimbaud– aparece el mayor interés textural de la novela, como si se tratara
de una composición musical para instrumentos de timbres a primer golpe de oído
excluyentes pero que, a medida que desarrollan sus temas, armonías y melodías,
van revelándose como íntimamente conectados. Es decir: el lector puede
saltearse episodios y reconstruir la novela que más le guste (la de Manuela y
el cónsul, la de Rimbaud, la de Tertuliano), pero está más que claro que la
opción, por más viable que parezca (se puede leer una excelente, agilísima
biografía de Rimbaud atendiendo sólo a los capítulos que la presentan), es la
más pobre, y el libro completo –que, gracias a sus ambiciones y al buen oficio
como narrador de Gamboa, alcanza esa extraña dignidad de las novelas llamadas
“totales”– deja clarísimo, para usar un cliché recurrente, que su todo es más
(mucho más) que la suma de sus partes: una diferencia que está hecha en gran
medida de esa yuxtaposición de registros y horizontes de tiempo (Colombia en
los 80s, Europa ahora, Colombia ahora o en un presente posible) y de referencias (la historia de la
literatura, la historia personal de sus personajes, la historia colectiva de
sus países).
Pero hay más: cuando los personajes vuelven
a Colombia no los encontramos en el país real, el país que conocemos, sino en
un presente alternativo, posible y a la vez inquietante, con algo de utopía y
un pequeño –pero muy presente– toque distópico. Este gesto acerca esta novela a
una de las mejores narraciones de Gamboa, El
cerco de Bogotá, nouvelle de 2003 recientemente reeditada, en tanto allí
aparece también un presente alternativo o quizá ya una ucronía, con la capital
de Colombia sitiada largamente y convertida en una Sarajevo latinoamericana. En
esa nouvelle, además, aparecía un
personaje de Perder es cuestión de método
(1997), segunda novela de Gamboa, y presentaba a una periodista que
volvería a aparecer en la fascinante Necrópolis
(2009); en la misma línea, el cónsul (y su amor, Juana), de Volver al oscuro valle, habían aparecido
ya en Plegarias nocturnas (2012), de
modo que, poco a poco, pareciera que toda la narrativa de Gamboa va
integrándose a un mural todavía más grande y ambicioso. No es el menor de los
logros de Gamboa, entonces, que esa vasta arquitectura no decaiga en la pequeña
escala, hecha de continuas felicidades narrativas y plena de emoción.
(sigue la entrevista publicada en la misma
edición de la Diaria)
Uno
de los personajes de Volver al oscuro
valle proclama que Europa es el pasado y Latinoamérica el futuro, y lo hace
cuando está a punto de volver a Colombia para vengarse de una serie de hechos
de violencia perpetrados por un paramilitar y narcotraficante.
Fíjate que la gente se fue en los años 80,
escapándose de la violencia o por la crisis económica o por toda esa situación
junta, hoy está volviendo porque en Europa la crisis está terrible. Por eso es
como si en los años 80 la gente de Colombia dijera “Europa es el futuro,
nosotros tenemos que llegar allá”, y hoy pareciera que es al revés, que
nosotros fuimos el futuro de ellos.
Pero
la Colombia a la que regresan, la del “futuro” no es la real…
Para empezar, es una Colombia que escribí
en el 2015, es decir antes de los acuerdos. Pero yo me imaginé por un lado una
Colombia exageradamente feliz, una Colombia fantasiosa, a la que se oponen unas
miradas extrañas, torvas oscuras. Porque yo tenía la sensación entonces de que
Colombia es una sociedad dividida en dos, como casi todas las sociedades del
mundo, dividida en una parte conservadora que se encontraba muy bien con el
conflicto, y por otro lado una parte que quiere ser una sociedad que progresa,
que va hacia adelante. Esas dos Colombias se iban a encontrar: transitoriamente
una iba a ganarle a la otra, pero esa otra iba a seguir estando allí. Y los
personajes de mi novela lo ven, cuando llegan. A veces la intuición literaria a
uno lo lleva correctamente, porque ahora que vino el papa a Colombia, ¿sabes de
qué habló? Todo el tiempo fue el país de la reconciliación y el país del
perdón; y como digo en la novela, jamás el prestigio y la reconciliación
tuvieron en Colombia tanto prestigio social. Ser víctima y perdonar, en los
nuevos paradigmas sociales, es lo que más te da poder en este momento. Pero
también está la otra mirada, quienes están en contra y están tratando de
deconstruir todo el proceso.
La
novela, como dijiste, se escribió antes de los acuerdos de paz y también del
plebiscito de octubre de 2016; ¿cómo te impactó entonces el triunfo de la
opción por el No?
Para
mí fue una cosa terrible, con fraude y engaño. Yo siempre tuve consciencia de
que esa victoria no representó la realidad de lo que el país quería; es un poco
como lo del Brexit o lo de Trump, que
si hubieras repetido las elecciones una semana después habría ganado la opción contraria.
Es decir, esas son victorias electorales que no tienen ninguna autoridad moral.
Pero es como el gol de Maradona: quedó, y ganaron. Lo que a mí me jode en
términos políticos es que alguien utilice como estructura moral y como chantaje
moral la victoria para decir “es que la población colombiana se opuso al no”.
No, señor. Y eso está pasando ahora. La gente que está en contra dice “El
gobierno de Santos es un gobierno fraudulento porque desconoce la voluntad
popular”. Oye, no. El gol con la mano lo hiciste y quedó marcado, pero no me
vengas después a pretender una autoridad moral sobre la base de un gol con la
mano. Porque todos sabemos que fue fraudulento.
¿Y
qué te parece ver en el futuro de Colombia?
En este momento nos acercamos a las
elecciones del 2018, que van a ser posiblemente las más importantes de la
historia moderna del país, por eso. Porque si gana un candidato conservador o
de derecha, el proceso de paz puede verse anulado. Y Colombia se podría
convertir en uno de los países más vergonzantes y parias de América Latina al
traicionar el proceso de paz. Una guerrilla que ya entregó las almas;
entregaron 7000 armas, 930 caletas, es decir escondrijos donde había
municiones, explosivos… Y tú no desarmas a una guerrilla para después
traicionarla. Pero ahora la guerrilla ya no tiene fuerza. El gran problema de
Colombia es que el estado no le ganó la guerra a la guerrilla. Y por tanto el
estado no puede proclamar o pretender derechos de vencedor. Cuando tú le ganas
la guerra a tu enemigo, tú haces con tu enemigo lo que te da la puta gana; lo
puedes fusilar, meter a la cárcel o perdonarlo si te da por esa. Pero cuando
haces un proceso de paz no puedes pretender que a tu enemigo, después de que
haya firmado el proceso de paz, entregado las armas y entrado a la vida civil,
lo puedas meter en la cárcel. Y eso es lo que va a hacer la derecha si gana.
Eso sería una traición absoluta. Y un regreso a una situación que no produce
más que violencia. Por eso las elecciones del año entrante son definitivas.
Uno
de tus personajes, Tertuliano, es una especie de mesías ecológico de extrema
derecha. Y es argentino, con un habla argentina muy convincente. ¿Qué nos podés
contar al respecto?
Mira, yo desde que me fui a los 19 años de
Colombia he tenido siempre, casi como si fuera de oficio, un amigo argentino.
Podría escribir un libro titulado Mi
amigo argentino, con siete u ocho capítulos. Llegué a Madrid y tuve mi amigo
argentino, de Córdoba; llegué a París y tuve mi amigo argentino, de Buenos
Aires, periodista de Página 12. Después en Italia, lo mismo. Por eso creo que
puedo imaginarme las cosas en argentino. Pero este personaje tiene algo que a
mí me gusta mucho, y que es un pensamiento posapocalíptico, posclimático, y
para mí a través de él yo puedo contactar con una literatura a veces casi como
que de ciencia ficción. La de esos personajes que llegan después de las grandes
catástrofes, o al menos eso es lo que él cree. Por otro lado, es un personaje
que me acerca a mundos a los que siempre les tuve miedo. Porque yo era su
víctima. Yo era el inmigrante latino, colombiano, latinoamericano, sudaca, y a
me daban a patadas si llegaban a enterarse de quién era yo. Pero esos grupos me
producían miedo pero también me atraían mucho, como las culebras, y yo quería
mirarlos de cerca y ver cómo son esas personas. Entonces, por primera vez cree
en una novela un personaje totalmente ajeno a mis convicciones con el interés
de meterme dentro de la vida a un personaje de esos, a volverlo humano y tratar
de comprenderlo.
¿Y por
qué convocaste a Arthur Rimbaud?
Es que es la estructura secreta de la
novela. A mí me gusta que en los libros haya una lectura del mundo pero que al
mismo tiempo sea una lectura del mundo que contenga un diálogo con obras
literarias del pasado. En Necrópolis me
gustaba dialogar con El Decamerón; en
Plegarias nocturnas con todas las
historias de amor que pueden ser resumidas con la expresión “dos personas quieren
estar juntas y muchas cosas se interponen”. Y en este caso mi interlocutor
inmediato era alguien que escribió en un mundo prácticamente en crisis y al
borde de la destrucción en Europa, o sea Rimbaud, pero además con esa obra tan
extraordinaria que yo he leído desde que tengo 16 años. Yo quería dialogar con
esa obra pero de pronto pensé que mejor que volver a poner el diálogo entre
líneas, por primera vez prefería que fuera de frente. Porque además Rimbaud me
parece uno de los personajes más extraordinarios de la historia de la
literatura; es para mí el primer viajero del siglo XX, a pesar de haber vivido
en el siglo XIX. Porque él no viaja como viajaba Flaubert o Montesquieu, para
comprobar lo que ellos consideraban que era su superioridad cultural. Ellos
viajaban como ricos, blancos, europeos burgueses, que van a hacer todo lo que no pueden hacer
en sus países y a ejercer su presunta superioridad cultural y económica, pero
Rimbaud no viajaba así. Viajaba como un vagabundo intentando convertirse en
algo distinto a lo que era y queriendo desclasarse. Esa palabra me parece
fundamental: perder lo que era y ganar otra cosa. Una de las frases más
conocidas de Rimbaud, bueno, es el famoso “je
est un autre”; y en esa búsqueda de ser otro se inscribe todo esto. Y ahí
está el germen de la inmigración en el siglo XX, la gente que se va a otros
lugares por motivos económicos como él, que también quería ser rico. Es decir:
Rimbaud representa para mí una cantidad de elementos que yo veo desarrollados
en el siglo XX; es como el primer Ulises contemporáneo, un migrante que sale a
cambiar, a ser, a construir, a mejorar la vida de su familia, aunque este no
sea el caso de Rimbaud, a quien le importaba poco su mamá y la chantajeaba
emocionalmente. Pero sí era una persona que quería construir algo nuevo. Y por
otro lado Rimbaud vivió 19 años de su vida y dejó de escribir, y los siguientes
19 no escribió nada pero la poesía estaba en su vida. Esa es mi lectura. Él transformó su vida en una especie de poema
que uno tiene que leer a través de sus movimientos, y yo lo que hago en mi
novela es tratar de leer eso y darle esa categoría.
¿Y
cómo te preocupaste por construir la relación entre ese Rimbaud y esas partes
de la novela con los otros personajes?
Es que simultáneamente yo intento hacer un
espejo de Rimbaud en una joven poeta colombiana, que también fue jodida por la
vida, golpeada por la vida y a quien la salva la poesía. Tienen elementos en
común, la violación por ejemplo, y la respuesta de todos ellos es una
respuesta poética. En el caso de
Tertuliano también jodida (risas). Y después de su violación Rimbaud pasa a ser
un poeta totalmente diferente; deja de ser un formalista y empieza a escribir
una poesía durísima que dice me voy a
vengar de esta mierda, voy a destruirla.
Y la
historia de Rimbaud aparece allí gracias al personaje del cónsul…
Claro, es que el cónsul es el que cuenta.
Está ahí y viene de Plegarias, pero
ya no como protagonista sino más bien como el que está un poco al lado y
cuenta. Es un poco mi alter ego o mi representante personal en el mundo de la
ficción; está ahí para oír y contar.
La
novela comienza con una cita de William Blake: “Ese hombre debería trabajar y
entristecerse y aprender y olvidar y volver al oscuro valle del que vino para
iniciar de nuevo sus tareas” (de la octava sección de Vala, or the four Zoas).
Esa frase de Blake es una belleza. Mira la
transición de los verbos; primero “entristecerse”, porque se fue; después
“aprender” lo nuevo y después “olvidar”. ¿Olvidar qué, lo anterior, lo que dejó?
Toda la novela es darle cuerpo a esto: entristecerse, aprender y olvidar.
Y
está además, pero ya no como acápite sino citado en el cuerpo de la novela, el
final de Una temporada en el infierno, de
Rimbaud: “Y con la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las
ciudades eslpéndidas”.
Armados de una ardiente paciencia. Es que
Rimbaud seguro leyó los versos de Blake. ¿Y cuál es la pregunta literaria?
¿Debemos buscar un lugar al que después volver? La respuesta debe ser
literaria.
El
otro acápite (“Porque aunque a ellos de los tragó el abismo el canto siguió en
el aire del valle, en la neblina del valle…”) es de Roberto Bolaño. ¿Lo ves
como otro Rimbaud, otro viajero?
Para Bolaño la fascinación es el artista
joven, o el joven poeta. El personaje de Bolaño es el joven poeta: lo más
pertinente es la juventud y la creación, el deseo de inmolarse por una idea del
mundo, expresada a través de la poesía. Rimbaud es el artista adolescente por
excelencia, el que está dispuesto a no dar ninguna concesión. Absolutamente
ninguna por su arte. La cita de Bolaño proviene de Amuleto, ¿y cómo termina Amuleto?
Con el eco del canto de los jóvenes que entraron al valle. Y ahí está la cita. Y
lo dice una uruguaya [la narradora de la novela de Bolaño, Auxilio Lacouture];
ella va y dice “los jóvenes entraron al valle cantando, e imitando los gestos
de la vida” Entraron cantando y felices a pesar de que sabían que la batalla
estaba perdida. Y sin embargo entran cantando. Y cuando yo llegué, dice ella,
el valle estaba vacío: sólo quedaba el eco de su música. Y ese eco será nuestro
amuleto. Esa es la profundidad bellísima de ese libro de Roberto.
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