Diez años de la nueva historieta uruguaya
La década del oficio
A diez años de la
primera edición de Los últimos días del
Graf Spee, con guión de Rodolfo Santullo y arte de Matías Bergara, cabe
preguntarse por el rumbo que ha tomado la historieta nacional o, al menos, esa
región de la historieta nacional creada por historietistas cuya edad, a grandes
rasgos, no supera los cuarenta. La primera (y más extensa) parte de este
artículo intentará razonar por qué la mencionada novela gráfica de Santullo y
Bergara ocupa un lugar digamos emblemático o incluso bisagra. La segunda procurará leer en las líneas de la mano de esa
nueva historieta uruguaya y arriesgar –o más bien preguntarse por– algún juicio
que otro.
¿Por qué Los últimos días del Graf Spee, entonces?
Primero, porque representa el primer paso hacia la consolidación de Santullo no
sólo como guionista sino, de manera más importante, como editor, al frente de
la editorial especializada Belerofonte. Y es cierto que las contraportadas o
solapas biográficas que lo proponen ahora como “el guionista uruguayo del
momento” no parecen exageradas: pensando apenas en su proyección rioplatense,
en su presencia en proyectos diversos de edición y en la mera cantidad de obra
producida desde 2008 hasta el presente, no hay dudas acerca de su rol
notoriamente destacado. Consideraciones sobre la calidad al margen –no porque
no sea fácil argumentar a favor de esta sino porque no es el objetivo de estas
líneas plantearse las cosas en esos términos, que han de quedar para el examen
pormenorizado de la obra en cuestión–, la cantidad
de su trabajo coloca a Santullo indudablemente en un lugar destacado. Pero
hay más: esa centralidad (primero uruguaya, después rioplatense) de Santullo
como guionista trae aparejado el que acaso sea su rol más importante a los
efectos de lo que se pretende argumentar acá, y me refiero al de editor
responsable de la primera editorial plenamente desarrollada, consistente y
exitosa en el contexto de la historieta uruguaya reciente, y al de figura capaz
de nuclear ya no sólo una confluencia de proyectos sino también un ethos profesional y creativo (y de paso
o incluso por tanto una poética
historietística) capaz de formatear la escena.
Esto requiere una
explicación más detallada, que sirve, de paso, para resaltar el rol de aquella
novela gráfica que este artículo pretende pensar como fundante. Es decir que Los últimos días del Graf Spee no sólo
consolidó a Santullo como un guionista solvente y versátil sino que colocó a
sus proyectos editoriales en un territorio fértil, cuyo avance no tardó en
volverse evidente. En este sentido, el aporte de los Fondos Concursables del
Ministerio de Educación y Cultura fue decisivo. Antes de obtener aquel fondo,
en 2008, Santullo había acometido proyectos diversos (Montevideo Ciudad Gris, las historias con guiones suyos y arte de
varios dibujantes compiladas en Monstruo,
la versión historietística de su propio libro de cuentos Perro come perro y, ya en estricta calidad de editor, la adaptación
a la historieta de los cuentos de Juan el Zorro, de Paco Espínola, a cargo de
Renzo Vayra) que no lograban despegar desde la condición de autoedición o la
producción esforzada todavía no sustentable. A la vez, había en esos primeros
esfuerzos un gesto que se volvería esencial en el futuro: en lugar de apostar
por una revista –como los creadores de generaciones inmediatamente anteriores y
también como algunos de sus contemporáneos, a la larga menos exitosos–,
Santullo, al principio junto a Ignacio Calero y Gabriel Ciccariello, formateó
sus esfuerzos bajo el concepto de una editorial.
El aporte del
Fondo Concursable no sólo implicó un aporte económico capaz de inyectar
combustible en los proyectos de edición sino, más importante aún, la
consagración de un modo de hacer: se orientará la creación, es decir, a
historietas capaces de plantarse como de
interés, como efectivamente realizables, como sustentables. La criba de los
sucesivos jurados de los Fondos Concursables precisamente fijaba esas
condiciones: la relevancia, la viabilidad, el interés general; y Santullo logró
no sólo que sus propias inquietudes como guionista se alinearan con los
requerimientos de esa primaria fuente de financiación sino también que su
desempeño como editor funcionara precisamente para garantizar que sus proyectos
fuesen realizables, que tenían futuro.
Eso implicaba una
atención básica al contexto inmediato, así como también una cierta sensibilidad
tanto temática como narrativa, y los sucesivos proyectos de Santullo
progresaron hacia una línea de narratividad fluida, de comunicación sin
rozamiento con el lector y de buen tino a la hora de balancear la inquietud
expresiva con esa ya mencionada atención al contexto y a lo “comercial”, a temas
íntimos al imaginario uruguayo y rioplatense. Este equilibrio acaso encontró su
mejor momento con Zitarrosa (2012), la biografía episódica del cantante
ilustrada por el argentino Max Aguirre, pero es ineludible referirse a Valizas (2011), con sus referencias a la dictadura (también abordada en Acto de guerra, de 2010).
Este sería el
molde que seguirían otros historietistas, y así Alejandro Rodríguez Juele y
Nicolás Peruzzo encontraron un camino para desarrollarse como creadores a
partir de trabajos diversos por encargo (el último de ellos el divertido Bacterias) que les permitieron encontrar
lugares y posibilidades para creaciones más personales, en el caso de Peruzzo
las ineludibles Rincón de la bolsa (2016,
con Gabriel Serra) y La mudanza (2013).
Pero incluso estableciendo esa distinción entre dos modalidades de creación,
también está claro que las historietas producidas por los creadores recién
mencionados (juntos y por separado) participan de ese molde ante todo narrativo
y de una comunicación fluida con el lector, que cabe pensar como marcadamente
diferenciada de las estéticas abordadas por creadores de generaciones
anteriores, entre ellos el ya mencionado Renzo Vayra, más barroco si se quiere,
más experimental o incluso “de vanguardia”, una actitud que resonó
especialmente con el ethos under y
contracultural de los creadores que fueron irrumpiendo entre fines de los
ochenta (las revistas Mediotanque y Vagón, por ejemplo) y los primeros años
de los dosmiles.
El “molde”
Santullo, es decir, pretendió ante todo contar bien una buena historia, con arte competente (brillante en casos como
los de Bergara y los argentinos Aguirre, Vergara y Jok) y bajo las coordenadas
de un proyecto “serio”, sustentable. Los creadores que se incorporaron a esta
manera de hacer las cosas (los ya mencionados más Pablo “Roy” Leguizamo y los
diversos proyectos nucleados por Martín “Magnus” Pérez, que inició su
profesionalización de manera más tardía y todavía no llegó a desplegarse del
todo, quizá porque retiene ciertas lealtades al ámbito semiprofesional o
fanzinero) se pensarían más bien como trabajadores que como “artistas”, con una
evidente preocupación por la dimensión artesanal de la producción
historietística y un énfasis en la división del trabajo desde la dupla guionista/dibujante,
diferente a la tradición más de “comic de autor”, con su dibujante que produce
sus propios guiones (tradición que, como queda constatado en el imprescindible DisTinta, compilado de historietas
argentinas del siglo XXI publicado en 2017, goza de mejor salud en la vecina
orilla) y acaso opera más en las cercanías del “arte” que del artesanado o el
oficio.
Para Santullo y
su editorial los Fondos Concursables pronto se volverían innecesarios: su
última y notoria función fue facilitar la impresión a color de Dengue (2012), novedosa en su momento, y a partir de allí Belerofonte lograría
despegar. Entre Los últimos días del Graf
Spee, entonces, y los libros producidos cinco años más tarde, esa manera de
hacer las cosas se probó como exitosa, y se ofreció a sí misma como ejemplar.
No quiere decir esto que Santullo ocupe el lugar del “maestro”, no al menos a
un nivel digamos estético, poético, pero sí se pretende sugerir que su actitud
pronto se verificó como tan exitosa que difícilmente tenía sentido para otros
creadores ensayar una vía alternativa.
Desembocamos
ahora en esa prometida segunda parte del asunto. Desde la ya esbozada
caracterización del “molde” cabe preguntarse hasta qué punto a la historieta
uruguaya le ha “hecho bien” el camino tomado. Una respuesta simple es
afirmativa: el camino de profesionalización y atención a lo viable y lo
comercial, con su división del trabajo y su actitud ni beligerante (más bien
conciliatoria, que incluso rescata la labor de historietistas del pasado cuya
actitud se vuelve de alguna manera armónica con la ejercida) ni contracultural,
permitió la aparición de un conjunto de obras que enriquecieron la escena, casi
como si se estuviera en una suerte de tímida nueva “edad de oro” de la
historieta uruguaya. Incluso cabría pensar que el terreno abonado por las
maneras de producción de Santullo y compañía permitió la aparición de obras no
del todo afinadas en esa clave preferida: obras como Aloha, de Maco, publicada originalmente por Belerofonte, y la ya
abundante producción de Silvio Galizzi.
¿Pero no se
extraña esa otra actitud, la más combativa, la más under y vanguardista? ¿No sería más rica la historieta nacional si también abundara en esa otra vertiente?
Creo que es fácil contestar también a esta pregunta de modo afirmativo, pero
está claro a la vez que el sentido de un under
está construido en oposición a un mainstream,
y que si algo logró el acá llamado “molde Santullo” fue precisamente eso:
apuntalar o empezar a apuntalar una corriente principal de la nueva historieta
uruguaya. Eventualmente –cabe pensar que ya está sucediendo al margen de viejas
figuras ochentosas que todavía publican: hay que buscar con atención, es decir,
y quizá el próximo Montevideo Comics sea un buen lugar para hacerlo, empezando
quizá por el trabajo neofanzinero de Maco y Troche o por la línea alternativa
de Agustín Cafferata– se configurarán líneas nuevas, que rechacen a las más
consagradas con todos los argumentos imaginables. En estos últimos 10 años,
entonces, con la consolidación de ese modo “profesional” de hacer una
historieta ante todo narrativa y comunicacional, también acaso quedaron
plantadas las semillas para un panorama todavía más rico, en el que convivan y
discutan artistas con artesanos, profesionales y vanguardistas. Como siempre,
entonces, habrá que esperar a que el paso del tiempo nos permita una imagen más
enfocada y precisa.
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