Xenofeminismo, Helen Hester
El futuro será (xeno)feminista o no será
Entre
los textos que integraban el compilado Aceleracionismo,
publicado hace poco más de un año por la editorial argentina Caja Negra,
sin dudas “Xenofeminismo: una política por la alienación” era de los más
fascinantes, junto al ya clásico e inagotable “Colapso”, de Nick Land, y al
“Manifiesto por una política aceleracionista”, de Srnicek y Williams.
“Xenofeminismo…”,
firmado por el colectivo Laboria Cuboniks (anagrama de Nicolas Bourbaki, el
grupo de matemáticos franceses), surgió de un seminario a cargo de Reza
Negarestani y Armen Avanessian y se planteó indagar las posibilidades de
intersección entre filosofías del siglo XXI como el realismo especulativo o las
diferentes maneras de pensar el aceleracionismo (como teoría de la cultura,
como filosofía política, etc), y una teoría y una práctica feministas. El
colectivo reunió a seis mujeres: Diann Bauer, Katrina Burch, Lucca Fraser, Amy
Ireland (una de las pensadoras más interesantes en la deriva poslandiana),
Patricia Reed y Helen Hester.
“Xenofeminismo…”
había sido publicado originalmente en el sitio web de Laboria Cuboniks allá por
2015; a modo de manifiesto, delineaba los cimientos del pensamiento
xenofeminista: su racionalismo (“sostener que la razón o la racionalidad es por naturaleza una empresa patriarcal es conceder la derrota”), su
antinaturalismo normativo (“el naturalismo esencialista hiede a teología”), su
abolicionismo de género (“la ambición de construir una sociedad en la que los
rasgos actualmente reunidos bajo la rúbrica de género dejen de proveer el
entramado para la operación asimétrica del poder”), su naturalismo ontológico
(“la naturaleza, entendida como el ámbito ilimitado de la ciencia, es lo único
que hay”), su vocación de hackear el
sistema de seguridad del wetware humano
a través de terapias hormonales de tipo hágalo-usted-mismo y, sobre todo, la
política y la ontología implícitas en el posible “lema” del movimiento: “¡si la
naturaleza es injusta, cambiemos la naturaleza!”.
Helen
Hester, una de las integrantes más visibles y activas del colectivo, publicó en
2018 el libro Xenofeminism, cuya
traducción (Xenofeminismo: tecnologías de
género y políticas de reproducción) fue ofrecida pasada la mitad del año
por Caja Negra. La primera parte del libro ofrece una versión más didáctica,
por decirlo de alguna manera, del contenido del manifiesto, a la vez que
propone un ligero ajuste de términos que contribuye a la idea del xenofeminismo
como proceso o deriva teórica (de lo cual, de hecho, extrae buena parte de su
interés y su fuerza vital) en permanente reajuste. Aparece la idea de un
“tecnomaterialismo” (el manifiesto de 2015 ya señalaba que “el xenofeminismo
busca implementar estratégicamente tecnologías existentes para rediseñar el
mundo”) junto a un “antinaturalismo”, que se complementan mutuamente en la
práctica de ampliación de “la libertad humana”, a la vez que establece (como para
alejar los fantasmas del humanismo más reaccionario y habilitar un fértil campo
de intersección entre el posthumanismo especulativo y el transhumanismo) que
“la distinción siempre precaria entre naturaleza y cultura ha sido
irrefutablemente disuelta por los cambios que se produjeron en la ciencia y la
tecnología (…) El firme rechazo a aceptar la idea de que la naturaleza sea
siempre el límite de cualquier imaginario emancipatorio es un elemento clave
del proyecto xenofeminista”.
Esta
sección también se ocupa de establecer complicidades, oposiciones e incluso
filiaciones con feminismos anteriores; así, el texto dialoga y discute con La dialéctica del sexo, de Shulamith
Firestone, con el ecofeminismo de Maria Mies y Vandana Shiva y,
particularmente, con la obra de Donna Haraway.
Volver al futuro
Si se
rastrea el origen del xenofeminismo al aceleracionismo de izquierda de Srnicek
y Williams (o incluso más atrás, al aceleracionismo absoluto de Nick Land, a su
vez construido sobre Capitalismo y
esquizofrenia y el ciberpunk), está claro que la vuelta del futuro a la
reflexión teórica sobre la cultura es un elemento de importancia capital. Fiel
al propósito de Laboria Cuboniks de pensar en los diversos aceleracionismos
desde una sincronía crítica de feminismos, Hester examina la noción del futuro
o los futuros desde políticas de género y la inminencia del desastre ecológico.
El segundo capítulo de Xenofeminismo da
cuenta de estas reflexiones, centrándose en particular en la idea
heternormativa y potencialmente racista detrás de pensar al niño (blanco) como
el futuro del mundo. Si William Gibson había dicho (no queda claro dónde; él
mismo lo ha olvidado y supone por ahí que fue en una entrevista) “el futuro ya
llegó: es sólo que no está distribuido equitativamente”, esta sección del libro
de Helen Hester da cuenta de algunos mecanismos de ese reparto injusto: ¿a
quiénes, en otras palabras, se les ha cancelado el futuro? La pregunta,
fascinante en sí misma, resignifica el viejo lema punk de no future y, a la vez, ofrece un gran punto de partida a la hora de
descartar cierta vulgata cultural reciente que parecía anclarse en la
ballardiana (y setentosa) “cancelación del futuro” o, como en los primeros
escritos de Mark Fisher (eventualmente superados en sus últimos trabajos),
presentarla como lo que Nick Land llamó en su momento el “miserabilismo
transcendental”. El xenofeminismo, en ese sentido, está vivo y combate.
La
tercera parte del libro es la más específica en su objeto de estudio, en tanto
examina la apropiación y circulación histórica de ciertas tecnologías: el
sistema del-em de extracción menstrual según era presentado por el feminismo de
la década de 1970, por ejemplo, o las terapias hormonales. Esto último permite
a Hester establecer otra coordenada ideológica del proyecto de su colectivo,
presentando al xenofeminismo como un feminismo trans-positivo.
La idea
de un futuro extraño, en principio ajeno, weird
(de ahí el prefijo xeno, que
recuerda a los xenomorfos de Alien, una
película que ha sido leída sistemáticamente desde coordenadas de género,
reproducción, tecnología y naturaleza), está entre lo más interesante que tiene
para aportar el xenofeminismo, y no solamente plantea un campo riquísimo de
reflexión desde los diversos feminismos sino que, retroalimentando aquellas
filosofías que lo inspiraron, parece empezar a sugerir un aceleracionismo weird, clavado como un cable de
corriente en un futuro posthumano. Leer a Helen Hester es participar del
vértigo ante esos pensamientos y de esa laboriosa emancipación de tantas taras
del humanismo y otros proyectos ideológicos (tantos de ellos “de izquierda”,
curiosamente) incapaces de ofrecer otra cosa que no sea nostalgia, ingenuidad o
aún más injusticia.
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