Estrella distante (novela gráfica), Javier Fernández y Fanny Marín
Transmitir el virus Bolaño (en viñetas)
La hiperstición trae buena suerte. Imaginemos a un crítico
(llamémoslo/llamémosla P) ante la obra de Roberto Bolaño. Digamos que este
crítico quiere ser serio ante todo, riguroso, justo, sensato; no quiere dejarse
llevar al baile misterioso del desierto por los primeros fantasmas que se le
atraviesen, no quiere parecer demasiado entusiasmado con novelerías; quiere
tanto ser erudito y exhaustivo, en suma, como ceñirse de manera elegante al
sentido común. Un conservador, en otras palabras, funcional al sistema de la
literatura y, por tanto, necesario. ¿Qué puede empezar a hacer P ante los
textos de (y sobre) Bolaño? Pues muchos entre los P posibles dirán que hay que
dejar de lado el mito y buscar al ser humano real, que hay que dejar de lado
las leyendas y el hype y concentrarse
en la obra. Ambas, con sus matices, son la misma idea, por supuesto, y es el
tipo de cosas que lleva a resultados poco interesantes, a resultados digamos literarios. Quizá P puede pensárselo un
poco mejor, dejar por un momento de ser P y dar por sentado que, en el caso de
Bolaño especialmente, el mito es lo más interesante. Sí, sin dudas las obras
tienen sus méritos y sus idas y venidas en
tanto literatura, pero en última instancia –y P lo sabe, o debería saberlo–
la literatura por sí sola (en su conmovedora pretensión de autonomía) no llega
lejos; o llega, pero exhausta; o llega, pero vuelta un fantasma: justo una de
esas compañías que el sensato P quería evitar.
Leave the gun, take the cannoli. ¿Por qué ficciones como El Padrino –por nombrar una fácil,
indudable– se acoplan tan bien a los circuitos de la cultura, hasta el punto de
permear la cultura pop con sus expresiones, sus imágenes, sus núcleos argumentales
y conceptuales, hasta el punto de volverse mitos? ¿Por qué en los innumerables loops productores de significado de la
literatura en particular o las artes y el pensamiento en general hay algunos
nodos que parecen replicarse por sí solos, como virus? ¿Por qué ciertas
ficciones se han vuelto virales desde hace siglos y siguen funcionando por sí
solas?
Hackeando a Bolaño. Pensemos en la obra textual (por
llamarla de alguna manera) de Roberto Bolaño en relación a su mito, y a este en
relación a aquella. Ahí tenemos el loop.
Y lo que se produce, por supuesto, es Roberto
Bolaño, el último gran mito de la literatura latinoamericana. El mito
alimenta los textos (nos otorga puertas de entrada, maneras de leer), y los
textos, todos ellos, generan el mito. ¿No es más interesante indagar en los
engranajes y mecanismos de este circuito productor que en poner voz engolada
para decir que tal o cual de sus libros está “mejor escrito” o es “mejor en
tanto literatura”?
Perspectiva. A grandes rasgos: la obra de Bolaño incluye
dos grandes novelas, una serie de novelas cortas, un conjunto de cuentos, otros
tantos poemas, algunos ensayos y reseñas. Podemos sumar también las
entrevistas, sus apariciones públicas, las historias que contó de sí. Cada una
de estas zonas o secciones sin duda ofrece un texto central, uno más digamos
“legendario” que los otros. Quizá incluso un centro de rotación. Habrá quien
prefiera “Últimos atardeceres en la tierra” a “Sensini” o “El ojo silva” a “El
gaucho insufrible”, por ejemplo, y en última instancia no hay un gran consenso
en cuanto a cuál es el cuento irrevocable de Bolaño. Algo similar, incluso más
tenue, ha de pasar (supongo) con los poemas; en cuanto a las reseñas y ensayos,
tengo para mí que el lugar central lo ocupan “Derivas de la pesada” y “Los
mitos de Cthulhu”, y quizá parezca más fácil argumentar a favor de estos que,
pongamos, de “Sensini” en el contexto de las ficciones breves. Sin embargo (y
esquivo por el momento la cuestión más complicada de las novelas largas), creo que
la mayoría de los lectores, incluyendo a los críticos, estaría más o menos de
acuerdo en que Estrella distante es
la joya entre las novelas cortas. ¿Por qué esto es así? Está mejor escrita,
dirán algunos; es una novela corta perfecta o casi perfecta, dirán otros. Y
seguro tengan razón. Un ejercicio interesante es leerla junto a Soldados de Salamina, de Cercas, (son la misma novela, en cierta forma)
y buscar las diferencias a la hora de crear esas novelas perfectas, casi
cerradas sobre sí mismas y capaces de conferir una inmensa “significatividad”
(o potencial interpretable, por decirlo de otra manera) a cada uno de sus
detalles. Por supuesto, caben otras respuestas. La brevedad de Estrella distante (unas 40.000 palabras)
la vuelve más intensa, y su tratamiento de temas tan vastos como el mal y el
destino, como la historia reciente de Latinoamérica y las miserias de la
literatura parece resaltar desde esa
brevedad, desde su esquema estilizado y su inteligencia. Está claro que los
temas y las ideas pesan tanto (o más) que la prosa, digan lo que digan los
formalistas, y el panorama de temas e ideas en Estrella distante es sobrecogedor. ¿Hay que añadir que se lee
rápido, que es maravillosamente clara, hasta didáctica en su concepto, en su
manual de instrucciones implícito, incluso a la hora de señalarnos los momentos
en que hace trampa?
El planeta de los monstruos. Si me preguntan, me quedo con 2666, que en casi todo es todo lo
contrario a Estrella distante. Es
cierto también que Los detectives
salvajes, con su tiempo que abarca décadas y su concentración de
potenciales mitos (auto)biográficos es una buena competencia a la hora de que
pensemos en el objeto literario más emblemáticamente bolañiano; pero, para
volver al final del otro párrafo, ambas son más largas. Y no son pocos los
lectores que temen las novelas largas. O los críticos: después de todo, en las
novelas cortas es más fácil decir que algo está muy bien escrito o muy mal. Las
novelas mutantes y deformes –como 2666,
El arcoíris de la gravedad o La broma
infinita–, o las novelas mutantes y casi
deformes –como Mil de fiebre–
complican las cosas.
Representación gráfica. No debería sorprender que a la
hora de pensar en adaptar textos de Bolaño a la novela gráfica se elija antes
que nada Estrella distante. O al
cine, ¿pero qué es tantas veces la novela gráfica como la resignación a no
poder hacer cine y, de paso, a entender que en las páginas de un comic se puede
hacer muy fácilmente aquello que se comería millones en el cine, y que para
colmo seguramente salga mal?
Virus replicadores. Javier Fernández, autor del
guión de la novela gráfica Estrella
distante, dijo por ahí que Bolaño “te inocula un virus que te engancha a su
obra y no te suelta”. ¿Será Estrella
distante, entonces, el vector más perfecto?
Bolaño/Belano. Como sabe cualquiera que se haya puesto a
pensar en las tantas adaptaciones de Lovecraft al cine, hay cosas que se
complican cuando se las representa visualmente. En Estrella distante podrá no haber (¿o los hay?) monstruos alienígenas
grandes como montañas, pero la representación nos arrincona de todas formas.
Para empezar, ¿cómo vencer la tentación de hacer que el narrador del libro
tenga la cara de creador “real”, Roberto Bolaño? ¿Qué se estaría diciendo si se
hiciera lo contrario? ¿Y no se está diciendo esto es de alguna forma autoficción o autobiografía cuando se lo
representa así, con esos rasgos que todos los fans llevamos en el corazón y que
también, por qué no, hacen al mito: los lentes redondos, el pelo despeinado, el
aspecto algo desaliñado o desgarbado, la campera, la mirada tan deslumbrada
como resignada? En última instancia, la novela gráfica no es tanto una
adaptación como una reescritura (esto podría decirse de todas las novelas
gráficas que derivan de textos literarios, pero a veces parece fácil encontrar
una vocación más clara de ceñirse al texto o ser más fiel a la historia que a
la historieta), y por tanto hay que pensarla como la tercera instalación en una
serie que tiene a la posible vida de Bolaño como punto A, al narrador de Estrella distante (la novela) como punto
B, y al Belano/Bolaño de Estrella
distante (la novela gráfica) como punto C. Hay una deriva de personajes,
digamos, y quizá los tres sostengan alguna forma de relación con la
irrecuperable (incluso si apareciera mañana una biografía en la que elijamos
creer) vida de Roberto Bolaño. De hecho, Belano, en tanto personaje recurrente
en la obra de Bolaño, jamás es igual a sí mismo: el de Estrella distante (la novela) no es el mismo que el de Los detectives salvajes, y en rigor en Estrella distante (la novela) nunca se lo nombra así, Arturo Belano, aunque sí hay un “Arturo
B” al comienzo, en una posición algo ambigua, entre personaje y productor (o
co-productor) del relato; en Estrella
distante (la novela gráfica) sí se lo nombra: Arturo Belano, y eso es ya
una operación de lectura, una manera de hablar de Estrella distante (la novela) recreándola en viñetas. Sumémosle el
aspecto bolañesco de este Belano de comic y ya está: el mito Bolaño. El virus
Bolaño.
El
horror. Otra instancia de lo irrepresentable: las
fotografías que Ruiz-Tagle expone en aquel apartamento. Vale la pena recordar o
resumir la primera gran zona de la novela: hay un joven militar que es de
alguna manera aspirante a poeta (replicante, primero, pero todo poeta en el
fondo no puede ser otra cosa que un replicante de poeta) y que, al tiempo que
se infiltra (con el nombre de Carlos Wieder) en talleres literarios a modo de
informante de la represión, empieza a concebir una obra propia, extrema,
experimental. Esa obra incluye, al principio, escritura aérea (Ruiz-Tagle es
piloto y se arroja al cielo para escribir citas de la Biblia y otros asuntos
más crípticos) y una serie de fotografías que jamás nos son descritas a fondo
pero que intuimos como representaciones del horror: asesinados, torturados,
cuerpos rotos, mutilados, reventados. Bolaño, en la novela, se las arregla para
dejarnos a los lectores el lugar de imaginar algo tan terrible: incluso los
militares cómplices de Ruiz-Tagle se horrorizan ante las imágenes, y entienden
que han de borrarlas como si nunca hubiesen existido. ¿Qué puede horrorizar así incluso a un montón de criminales? Ruiz-Tagle
se ha ido un poco al demonio, digamos, como Kurtz en Camboya, río arriba.
Lo
visible y lo invisible. Por supuesto, hubiese sido
un error para la novela gráfica representar claramente esas fotos. Nada,
después de todo, estaría a la altura de aquello que imaginamos como algo más horrible de lo que podemos
imaginar. Es la misma razón por la que si se adaptara “El infierno tan
temido”, de Onetti, al comic, tampoco deberíamos ver las fotos en cuestión. Y es, de paso, la misma razón por la que
fallan más o menos todas las
representaciones de Cthulhu, al que en realidad Lovecraft jamás describió
explícitamente (en "La llamada de Cthulhu” se describen representaciones
del monstruo, y sólo parcialmente al monstruo mismo). En el planeta de los
monstruos podemos ver o intuir que hemos visto, pero no representar. La visión,
a su manera, muere con nosotros; lo que se transfiere (el virus, en última
instancia), es el horror.
Mitos
del futuro próximo. Es fácil, a partir de lo
anterior, señalar una de las virtudes de Estrella
distante (la novela gráfica): en tanto se alinea con el eje de lo
representado/irrepresentable esbozado por la novela que adapta, se las arregla
para tomar el potencial de horror de la novela de Bolaño y conservarlo por
entero (o incluso potenciarlo), del mismo modo que Blade Runner 2049 mantiene (con todavía mayor tensión) la
ambigüedad con respecto a si Deckard es o no es un androide replicante. Es
cierto que también da un paso hacia otra dirección: establece más claramente
que la novela de Bolaño la conexión (auto)biográfica, pero esto ha de ser leído
desde la idea de que la novela gráfica (evidentemente) fue producida en un
mundo donde existe el mito Roberto Bolaño, a diferencia de la novela de Bolaño,
que fue escrita en un mundo donde nadie sabía quién cuernos era Roberto Bolaño.
El mito ahora está ahí, y nos hace leer las cosas: crea los objetos literarios
en tanto posibilidades de lectura. En ese sentido, los juegos con lo
representable y la representación, terminan por señalar ante todo a Roberto
Bolaño en tanto mito. Belano y Bolaño se funden en una entidad singular y
fascinante, que existe (como el Borges de “Tlön Uqbar Orbis Tertius”) entre la
ficción y la realidad.
Estilos.
Esto no quiere decir que no se pueda hablar de Estrella distante (la novela gráfica) en
tanto creación artística en sí misma, formal, estética, estilísticamente. El
guión de Javier Fernández funciona muy bien, incluso (o especialmente) cuando
se separa (con sus títulos de secciones, sus ligeras desviaciones argumentales
o estructurales) del original de Bolaño, y el arte de Fanny Marín es siempre fluido
y expresivo. Hay viñetas hermosas (en todas las páginas del último capítulo,
por ejemplo) y soluciones especialmente fascinantes (las imágenes de la
película porno en la que Belano busca a Ruiz-Tagle). El concebible lector de Estrella distante (la novela gráfica)
que no haya pasado previamente por Estrella
distante (la novela) no habría de perderse gran cosa: la novela gráfica
habla por sí misma, y con gran elocuencia. De hecho, cuando el estilo o las
pautas de la representación es modificada para dar cuenta de una
historia-dentro-de-la-historia (cosa que en la novela de Bolaño no sucede), la
obra gana en riqueza y en su capacidad de proyectar un mundo. Quizá ese, junto
a las decisiones sobre la representación o no-representación de ciertas
entidades, sea uno de los grandes aciertos de esta novela gráfica.
Viralizaciones.
¿Volvemos a la idea del mito Roberto Bolaño? Se
trata, en última instancia, de un mecanismo que sigue en funcionamiento, a
través de nuevas lecturas, adaptaciones, inéditos que salen a la luz, dramas y
comedias con tantos de los implicados en el lado más personal o humano del
asunto. No hay una última transmisión desde el planeta de los monstruos, como
leemos al final de Estrella disante;
el mensaje sigue siendo transmitido y el virus se multiplica. Estrella distante (la novela gráfica) es
una estación repetidora de esa transmisión, otra instancia en la transmisión
del virus; comprender esto, y preguntarse por su íntimo funcionamiento para a
su vez replicarlo en una obra válida en sí misma, es otro de los aciertos del
equipo Fernández-Marín.
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