Sepulcros de vaqueros, Roberto Bolaño
Bolaño en las catacumbas
La discusión interminable. ¿Hablar un poco más sobre las
ediciones póstumas de Bolaño, desde aquellas de Anagrama (2666, ya sin dudas la obra maestra de su autor, El secreto del mal, El tercer Reich, etc)
hasta las más recientes de Alfaguara (El
espíritu de la ciencia ficción, Sepulcros de vaqueros), junto a su reedición de buena parte de la bibliografía? Hay muchas
maneras de abordar este tema, y sin duda siempre estarán entre nosotros los
puristas dispuestos a poner el punto final de la obra en 2002 con Una novelita lumpen, pero creo,
sinceramente, que es fácil desmontar cualquier argumento a favor de esta opción
y también de otras similares y más moderadas. Hipótesis: Sepulcros de vaqueros nos lo permite de una manera de por sí
interesante.
Mientras tanto. ¿Cuándo va a salir una
biografía? ¿Cuánta gente tiene que ponerse de acuerdo? ¿Cuánto dinero tiene que
fluir y hacia dónde? Supongo que son preguntas ingenuas.
Sepulcros de vaqueros. Primero una descripción del libro.
Consta de tres segmentos, ninguno de ellos un texto a todas luces terminado por
su autor. El primero, “Patria”, fue escrito entre 1993 y 1995; el segundo,
“Sepulcros de vaqueros”, entre 1995 y 1998. Finalmente, el tercero, “Comedia
del horror en Francia”, queda fechado entre 2002 y la muerte del autor, lo cual
lo convierte en algo así como el “último Bolaño”: una escritura posterior a 2666.
La ruptura de los proyectores. En alguna entrevista (estoy casi
seguro de que lo cita Pablo Capanna en su libro Idios Kosmos) Philip K. Dick habla de su obsesión por Beethoven.
Reconozco que muy bien puedo estar inventándome esto (o puede ser un recuerdo
de un universo paralelo: un efecto Mandela literario), pero vale la pena
traerlo a colación. Decía Dick que se había puesto a estudiar a fondo a
Beethoven, en particular a su etapa llamada “tardía” (la de los últimos cinco
cuartetos y la “Gran Fuga”, la de las Variaciones Diabelli, la de la Novena
Sinfonía y la Misa Solemne), y había entendido a esa etapa como clausurada y
que Beethoven se dirigía a un cuarto período. Pero a la hora de imaginarlo,
decía Dick, le resultaba imposible. No había manera de saber cómo iba a sonar
Beethoven en esta etapa truncada por su muerte, porque el proyector de la mente
de Dick (sus términos), al intentar concebir esa etapa inexistente, alternativa
o ucrónica, “se rompía”. Como las obsesiones de Dick se convierten fácilmente
en las obsesiones de todos sus lectores, cabe señalar (y no estoy siendo
original) que el cuarteto para cuerdas nº16, op. 135, esconde varias pistas al
respecto, se rompan o no se rompan los proyectores (la frase de Dick, por
cierto, resuena con la “ruptura de los recipientes” de la cábala).
Bolaño tardío. Qué fácil, qué tentador, decir que gracias a Sepulcros de vaqueros podemos
plantearnos si se nos rompe o no el proyector al imaginar hacia dónde se movía
Bolaño en los estadios finales de la escritura o corrección de 2666. Tenemos la mejor pista, es decir,
en “Comedia del horror en Francia”, un texto cuyo final no puede sino movilizar
al lector: hay que saber qué pasa después en esta historia tan plena en los
tópicos bolañianos (poetas jóvenes en general y surrealistas en particular, el
caos de las grandes ciudades, el “destino latinoamericano”, la vida al margen)
como extraña, diferente, nueva. El
surrealismo no murió, leemos: se escondió en las catacumbas, a la espera de la
orden final y última para… ¿tomar definitivamente el mundo por asalto? ¿Hacer
volver a los Grandes Antiguos?
Entonces… Si alguien viene a decirme que está cansado
de estas ediciones prácticamente anuales del Bolaño inédito, por más que quede
tan bien denunciado el ansia de lucro de sus familiares y editores y quienes
sean, yo diré que no me importa, que tomen mi dinero, porque el amor a la obra
de Bolaño baña todo en una luz dorada y, ante cualquier duda, basta con leer
“Comedia del horror en Francia”.
La trama secreta. Algún día quisiera sentir que
podría pasarme todo el tiempo que fuese necesario no sólo releyendo a Bolaño
sino haciéndolo como leen los teóricos de las conspiraciones, a la vez que
tocándome el corazón lyncheano a cada página que paso. La red de catacumbas que
conecta 2666 con los cuentos, que delinea
a Benno von Archimboldi desde Los
detectives salvajes y 2666 hasta Los sinsabores del verdadero policía,
que repite el desierto de Sonora y el cementerio de aquel año del siglo XXVII,
todo esto habrá de salir a la luz. Y allí, por qué no, podría jugar un papel
especial la articulación de “Patria” (el más autónomo, por decirlo de alguna
manera, de los textos de Sepulcros de
vaqueros) con Estrella distante, Los
detectives salvajes y La literatura
nazi en América, por no mencionar cuentos como “Últimos atardeceres en la
Tierra”. Y ahora que lo pienso, ¿se puede, a estas alturas, se debe, leer a Bolaño de otra manera,
bajo otra convicción?
Tumbas en el oeste. En cierto modo, “Patria” y el
texto central del libro, “Sepulcros de vaqueros”, parecen (no digo que lo sean
ni que estaban pensados para serlo: habría que consultar más apuntes de Bolaño,
habría que hablar con quienes lo frecuentaron esos años, en fin, todo eso que
podríamos aprender de una biografía) ofrecerse como piezas que encajan. En un
mundo paralelo, Bolaño terminó y publicó “Patria” en algún momento de la década
de 1990; en otro, fue “Sepulcros…” el texto que quedó integrado a una novela o
nouvelle publicados. Y, a la vez, esos hipotéticos libros terminados,
fantasmales, hauntológicos, que se miran desde universos alternativos, se
parecen demasiado entre sí como para no resultar deliciosamente inquietante.
“Patria” es la primera parte de un libro y “Sepulcros”, digamos, la segunda de
otro: hay un narrador casi compartido, que resuena con los Arturos Belanos de
otros libros y bien podría contar así su
historia. Estos dos primeros tercios de Sepulcros
de vaqueros (me refiero ahora al libro publicado, no a su pieza central)
sugieren un libro que no es el que el lector tiene en sus manos, pero que de
alguna manera queda proyectado. Y en este caso el proyector sobrevive a su
ruptura: es fácil verlo, imaginarlo, lamentar su ausencia.
Family Plot. ¿Será Sepulcros
de vaqueros la pieza que faltaba para que podamos ensamblar ese proyector?
Probablemente no: faltarían unas cuantas, y no parece probable que estén por
ahí. Tampoco sabemos muy bien como sería el rompecabezas, ni cuántos
rompecabezas tenemos entre nosotros, ni si tenemos piezas completas, pedazos de
piezas, borradores de piezas. La lectura conspiranoica de los libros de Bolaño,
esa búsqueda de indicios conducida por nosotros en tanto detectives jamás tan
salvajes como quisiéramos, nunca será resuelta, como tampoco podremos
“interpretar” satisfactoriamente Twin
Peaks (y ahí siento mi mano en el corazón lyncheano, ese que tan
ruidosamente late en 2666). Pero leer este último libro póstumo,
por momentos, hace sentir esa posibilidad más cercana, más posible.
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