Adrian Belew en Montevideo
El rinoceronte solitario
Adrian Belew hace que parezca fácil. Lo
vemos tocando arpegios complicadísimos, cantando, bailando, sonriendo todo el
tiempo y, como si esto fuera poco, descolgando chistes entre las canciones y
actuando pequeñas rutinas humorísticas con su baterista. Se vuelve inevitable
entonces preguntarse cómo es posible, y basta con haber intentado tocar los
arpegios de las estrofas de “Three of a perfect pair”, con su trabadísima
deconstrucción de la más básica progresión bluesera, para darse cuenta una vez
más de que de fácil la cosa no tiene nada. Y además hay que cantar. Y moverse.
En fin, ¿cómo carajos hace?
Esa habilidad casi sobrenatural va
aparejada de su pericia como compositor, algo que quizá no resulta tan evidente
a primera vista o sin un examen completo de su profusa discografía. A la vez,
es como esa habilidad multitasking de
Belew tuviera su correlato en sus composiciones, que se mueven en al menos tres
líneas bien diferenciadas y, para cabezas más acotadas, contrapuestas: la de la
canción pop de matriz beatlesca (especialmente visible en su trabajo con la
banda power pop The Bears), la de
composiciones instrumentales de notoria complejidad (un buen lugar para empezar
a explorar esta faceta de Belew es su disco e,
grabado en 2009) y la que podríamos llamar de un encare más “conceptual”
que estrictamente musical, presente en los aportes de Belew a otras bandas
(Nine Inch Nails, Talking Heads, etc) y en algunos de sus trabajos más
experimentales, como el recentísimo Flux
Volume 1, que opera desde la música generativa, fragmentaria y estocástica
de Flux, la aplicación de android en
cuyo diseño participó Belew.
Esas tres líneas son cualquier cosa menos
paralelas, y es fácil descubrir, disco tras disco, las maneras en que se cruzan
y habilitan zonas híbridas a explorar. Así, una buena muestra de esa
interconexión es lo que ofreció Belew –junto al Adrian Belew Power Trio, con
los virtuosísimos Julie Slick en bajo y guitarra y Tobias Ralph en batería– el
martes 22 en La Trastienda.
El enfoque Flux –es decir la generación de fragmentos de duración impredecible
a partir de un input que incluye
sonidos, ambientes y canciones propiamente dichas– quedó en evidencia ya desde
el primer trio de canciones, “The Momur”, “Big Electric Cat” y “Men in
Helicopters”, tomadas las dos primeras de Lone
Rhino (1982), su disco debut como
solista, y de Young Lions (1990) la
tercera. “Big Electric Cat” quedó reducida a sus estrofas y a un estribillo
instrumental, y apareció compactada entre la primera y la última canción de la
serie, pero “The Momur” sonó casi completa y a todo trapo, como el rock dinámico
y acelerado que es. Estas interpretaciones, además, marcaron la tónica del
show: tempos ligeramente acelerados con respecto a las versiones de estudio y
un uso permanente de armonizadores y loops –generados al momento por Belew–
como manera de reconstruir un sonido original construido a partir de varias
capas de guitarras.
Otra clave para el resto del show la
ofrecería la excelente versión de “The Lone Rhinoceros”, también del disco de
1982. Y se trata de la potenciación del combo melodías pop + estética noise en
la guitarra, que Belew viene explorando desde los comienzos de su carrera pero
que encuentra en el formato power trio un
vehículo ideal para sonar con frescura e inventiva. En “The Lone Rhinoceros”,
entonces, abundaron los sonidos bestiales (véase en YouTube el documental The Electronic Guitar, de 1984, para
encontrarse con la faceta didáctica de Belew, que enseña cómo hacer sonar a la
guitarra como un rinoceronte, un león y un elefante) y las texturas extrañas de
guitarra, que llegarían al paroxismo con los instrumentales de la segunda mitad
del show.
La mayor parte de la audiencia sin duda
esperaba temas de King Crimson –sin duda la banda en la que Belew brilló más
consistente e intensamente–, y por suerte no se hicieron esperar. Siguieron “Dinosaur”
y “One Time” (del disco Thrak, de
1995), ofrecidas en versiones sintéticas e intensas (en particular la beatlesca
“Dinosaur”, a la que fue extirpado su largo interludio instrumental) y,
después, uno de los picos del concierto, nada más y nada menos que “Three of a
Perfect Pair”, el tema que daba nombre al disco de 1984 que sería el último de
la formación ochentera de King Crimson, con Robert Fripp en la otra guitarra,
Tony Levin en el bajo y Bill Bruford en la batería. Parte de la belleza de la
canción se apoya en la articulación de las guitarras de Fripp y Belew en la
grabación original, pero al reformatearla para trio Belew logra hacerla sonar
todavía más ágil y fresca, en particular en los estribillos, que atacó con
distorsión y energía.
Trio
Terrífico
Más adelante habrá más Crimson, pero a
continuación de “Three of a Perfect Pair” Belew propuso “b”, una de las
secciones del disco instrumental e, de
2009. La composición recuerda los momentos más metaleros de King Crimson, en
particular los riffs mastodónticos de “Level Five” y “Elektrik”, ambas del
hasta la fecha último disco de estudio de la banda, The Power To Believe (2003), y ofreció, en una versión extendida
que comenzó con un solo de batería, otro de los puntos álgidos del show.
La primera mitad del concierto terminó con
“Neurotica”, uno de los temas más importantes de Beat, el disco de 1982 de Crimson, verdadera pintura sónica de una
cacofonía urbana o un paisaje interior demente (o ambas cosas). Antes había
sonado “Frame by Frame”, también de King Crimson y tomada de Discipline (1981), el primer disco de la
banda en contar a Belew en guitarra y voz, pero esta fue la performance más
deslucida del concierto, al menos en relación al original.
Para la segunda mitad el arranque fue
crimsoniano, pero Belew se permitió la maldad de no tocar sino una estrofa y un
estribillo de “Heartbeat”, acaso la canción más pop –y a la vez más sugerente– jamás grabada por la banda de Robert
Fripp; un breve intermedio improvisado sirvió de enganche con “Walking on Air”
(de Thrak), que por suerte fue
explorado un poco más a fondo. Y si en “Frame by Frame” el Belew versionador de
King Crimson había parecido perder un par de puntos, los recuperó notoriamente
con este “Walking on Air”, que sonó más pujante y vivo que el original.
Para entonces la paliza sónica ya era
completa, la sonrisa grabada a martillo y cincel en el rostro y se perdonará a
este cronista que empiece a hacerse un poco de lío con el orden de las
canciones. En cualquier caso, después de “Walking on Air” sonó “Beatbox
Guitar”, para muchos el mejor instrumental de la carrera completa de Adrian
Belew, extendido para este show casi al doble de su duración original y
convertido en una verdadera caja de sorpresas que llevaba a preguntarse qué
otro sonido que no hubiéramos escuchado podía sacarle Belew a su guitarra
Parker Fly. Pero faltaban “Ampersand” (del disco Side One, de 2005) y la demoledora “Of Bow and Drum” (de Op Zop Too Wah, de 1996), también
extendidas, también sorprendentes.
Para entonces no importaban las dudas que
había generado la actuación de la noche anterior en Buenos Aires –interrumpida
por un problema técnico– sobre si tocaría “Thela Hun Ginjeet” y “Matte
Kudasai”, dos de los temas más amados por los fans de King Crimson. En su lugar
Belew tocó “e2”, la monumental sección final de e, y nadie se acordó de las esperadas canciones de Discipline.
Especialmente porque el último bis y cierre
del concierto fue el regalo definitivo para los fans de Crimson. Después de una
asombrosa introducción extendida a cargo de Slick y Ralph, que duró sus buenos
cinco minutos, Belew se sumó a su bajista y su baterista para tocar
“Indiscipline”, el mítico cierre de lado A del disco crimsoniano de 1981 en el
que el baterista Bill Bruford hacía lo posible y lo imposible por tocar contra
el compás y el tempo ensamblado por el resto de la banda. El enfoque de Ralph
es más denso y voluptuoso a la vez que matemático y acotado, pero cuando Belew
lanza sus aullidos de fin de estrofa (si es que puede hablarse de estrofas en
una canción esencialmente amorfa y caótica) y la banda hace estallar su volcán
sonoro, la proverbial lagrimita se desliza desde los ojos de todos los fans de
Crimson, esos que andaban por ahí con remeras de Three of a Perfect Pair y In
The Court of The Crimson King.
Para muchos –incluyéndome– el concierto de
Belew equivaldría a lo más cerca que se puede estar promediada la segunda
década de los dosmiles de aquella etapa mítica de King Crimson. La banda de
Fripp, ahora, en sus excelentes pero acaso demasiado aplicados conciertos con
Jakko Jakszyk al frente, está explorando zonas más viejas de su discografía
(las inmediatamente anteriores a la trilogía de álbumes Lark’s Tongues in Aspic, Starless and Bible Black y Red, de 1973-74), por lo que se vuelve
difícil escuchar los arpegios de “Discipline” o “Frame by Frame” en manos de su
creador Robert Fripp. Pero no se trata de que Belew sea una suerte de premio
consuelo: por el contrario, composiciones como “Of Bow and Drum” y “ b”, o las
reversiones de temas ochenteros como “The Lone Rhinoceros” demuestran que la
música del guitarrista está más viva que nunca y que nada más lejos de los
dedos, la garganta y la voluntad de Belew que derivar en una banda tributo de
sí mismo, lo que acaso pueda señalarse del rendimiento de la nueva formación de
King Crimson (en particular cuando
revisitan temas clásicos: no sucede lo mismo, para nada, con sus composiciones
nuevas, como “Radical Action to Unseat The Hold of Monkey Mind”).
En síntesis: Belew está vivo y toca y canta
como nunca; lo que ofreció en Montevideo la noche del martes es la mejor prueba
imaginable de ello.
Ya hace 7 años que Steven Wilson, más
conocido como el líder de Porkupine Tree, se dedica a la cuidadosa remezcla y
remasterización de los discos más clásicos del rock progresivo, en particular
los de King Crimson. Su trabajo comenzó en 2009, con In The Court Of The Crimson King, para el que digitalizó y limpió
cuidadosamente las pistas y volvió a mezclar reconstruyendo casi exactamente el
sonido original. Los puristas pusieron el grito en el cielo, pero los fans más
abiertos y despiertos llegaron a sentir que la versión de Wilson –a la que
pronto se sumó el trabajo sobre el resto de la discografía hasta 1981,
incluyendo material en vivo– sonaba
mejor. O, al menos, que ofrecía un dignísimo complemento del sonido de
aquellos vinilos ahora inevitablemente arruinados por la fritura y la pérdida
de fidelidad, mucho mejor que la mayoría de las remasterizaciones en uso,
comprimidas a más no poder y desprovistas de las dinámicas del sonido original.
Hace no más de un mes King Crimson publicó
la caja On (And Off) The Road, que
reúne los tres álbumes de la banda en la década de 1980, los primeros en contar
a Belew como cantante y a Levin como bajista, que renovaron el sonido de
Crimson y lo emparentaron con la New Wave, la No Wave, el serialismo y la
música de gamelán. Tanto Discipline como
Beat y Three of a Perfect Pair fueron remezclados y remasterizados para
esta propuesta, y acaso sea en el último de los álbumes donde el trabajo de
Wilson se luce más (y mejor que nunca). Pero la caja incluye también
conciertos, material descartado, memorabilia y un disco de demos y ensayos. Más
allá de que su precio es bajísimo si pensamos en todo lo que trae, On (And Off) The Road termina por
convertirse en un verdadero tributo a la influencia de Belew sobre King
Crimson, y su aparición casi simultánea con la actuación del músico en nuestro
país es de una sincronía sugerente o, mejor, aprovechable.
Publicada en La Diaria el 24 de noviembre de 2016
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