Eres hermosa, Chuck Palahniuk
Eres muy tonta
Leer Eres
Hermosa, la novela de Chuck Palahniuk publicada en inglés en 2014 y en
español hace unos meses, es una experiencia desconcertante por momentos,
tediosa por otros, entretenida aquí y allá y profundamente irritante al final.
La premisa es más o menos así: un
científico loco al mejor estilo ciencia ficción pulp de la década de 1930 (que, por cierto, ha investigado los
secretos ancestrales del placer sexual) inventa una serie de juguetes sexuales
destinados a ofrecer a las mujeres orgasmos a nivel de hipernova galáctica o
colisión de cuásars. La idea declarada al público es que los hombres (que por
otra parte, señala el libro una y otra vez, son completamente inútiles a la
hora de ofrecer placer, salvo aquellos que han aprendido ciertas técnicas
tántricas) se vuelvan obsoletos y por completo innecesarios, pero en realidad
todo pasa por un plan de dominación a escala mundial, ya que los juguetes
terminan implantando nanobots en las
mujeres que los usan (ah, sí: todas terminan convertidas en zombies
esqueléticos incluso antes de que el asunto de los nanobots salga a la luz) y volviéndolas esclavas a una escala
compatible con The Matrix. Para
lograrlo, el científico loco (que es apodado “El Gran Climax” por sus
habilidades tántricas y su conocimiento de la fisiología femenina) testea sus
invenciones en la protagonista de la novela, otro cliché monstruoso al mejor
estilo Bridget Jones. Tratándose de Palahniuk el lector sabe a qué atenerse:
hay muchas escenas que se pretenden transgresoras, repugnantes e inquietantes
(gente empalada en consoladores, mujeres que mueren por literalmente más placer
del que puede soportar un cuerpo humano, sangre, fluidos corporales,
violaciones), hay una (más que obvia y a miles de años luz de cualquier
sutileza o incluso lucidez) crítica al capitalismo, a la sociedad de consumo y
bla bla bla, hay una suerte de coqueteo con diversos feminismos, hay sátira y
humor negro o más o menos negro. Y por momentos, funciona. Es ahí cuando el
libro se vuelve interesante, cuando da ganas de avanzar y saber más.
Pero también llega el momento en que todo
se vuelve demasiado berreta, por decirlo de alguna manera. Es cierto que cabe
leer la novela como un ejercicio de apropiación de modos narrativos de las soap opera o culebrones más bizarros,
que la apropiación y manipulación de clichés de la cultura popular no está ni
por asomo peleada con la confección de tramas e ideas interesantes, que
obviamente a Palahniuk no le importa esa boba exigencia de la literatura mainstream de “crear personajes con
carnadura humana”, que tampoco se le exige que su aparente feminismo sea al
menos coherente consigo mismo, pero, terminado el libro, la sensación de que
uno acaba de ser estafado es difícil de esquivar. Quizá el problema está en el
final, entonces; podría parecer mejor pensar que se ha leído una obra
básicamente humorística a la que no conviene buscarle la vuelta, pero, por otro
lado, las ideas manipuladas y los temas que se pretenden tocar reclaman algo
más. Una reseñista (Lily Burana, para el Washington
Post) señaló que, para ser un libro centrado en el orgasmo femenino, todo
lo que dice parece más bien fingido, y
es fácil mostrarse de acuerdo: hay cierta ansiedad por estar a la altura de un
estándar personal (es decir, el libro transgresor
y chocante a la Palahniuk), hay cierto descuido o torpeza a la hora de
hacer aparecer y desaparecer monstruitos y revelaciones y explicaciones de
último momento y, de hecho, todas esas revelaciones –en un libro que página a
página va preparándolas más que visiblemente– llegadas al fin desilusionan,
tanto que hubiese sido mejor que no aparecieran.
¿Es un libro machista, en última instancia,
al menos por desmontar con cierta malignidad ciertos tópicos del feminismo de
tercera ola? Cabe preguntárselo, supongo. Hay algo así como una utopía
feminista efectivamente concretada, pero Palahniuk no alcanza a escribir La pasión de la nueva Eva, de Angela
Carter, o El hombre hembra, de Joana
Russ, sino que apenas le da la vuelta a la idea para señalar que al final todo
eso sólo terminará ocasionando más y más violaciones en las calles y que, en
última instancia, las mujeres que buscan alguna forma de liberación con
respecto a sus propios cuerpos sólo terminarán esclavizadas por un hombre
blanco, rico y heterosexual que domina la ciencia y la tecnología y que
personifica al capitalismo y sus medios de control. Porque, salvo apelando a
gurúes de Nepal, no hay mucho que hacer.
Quizá haya un comienzo de debate ahí, más o
menos difuso, pero cuando la novela se esfuerza por contarnos que a su manera todo eso pasó por amor ya se fue al
carajo y cabe preguntarse si Palahniuk quiso decir algo (y le salió mal) o si
no quería decir nada (por tanto leímos 200 y pico de páginas de espuma que
podría ser al menos más consistentemente graciosa) y apenas molestar un poco
por ahí. Supongo que eso último es válido en tanto literatura, pero, insisto,
ni los chistes son tan graciosos como para justificarlo –a un lector no
perdidamente fan de Palahniuk al menos– ni las ideas son interesantes en sí
mismas, independientemente del desarrollo que se les da. En todo caso, si la
novela terminara antes de ese momento o si hubiera una vuelta de tuerca
posterior, ahí quizá… quizá…
Nota al margen: alguien me dijo una vez,
hace tiempo, que Palahniuk es algo así como “un Ballard para tontos”. Quizá
tenía razón, pero más en cuanto a las tonterías que a cualquier relación
posible con la obra del maestro inglés.
Publicada en La Diaria el 4 de noviembre de 2016
Comentarios
Publicar un comentario