El miserere de los cocodrilos, Mercedes Rosende
Voces
e imágenes
Una lectura de los –hasta la fecha– veinte
libros de la colección de novela negra/policial Cosecha roja podría arrojar algunas hipótesis interesantes. Una de
ellas pasaría por constatar determinadas costumbres estilísticas o de
escritura; así, la gran mayoría de las novelas publicadas por la colección
apuestan ante todo a la exposición eficiente de la trama, proponen lo narrativo
como un valor fundamental y, a la hora de permitirse ciertas complicaciones o
alejamientos del molde más lineal, las resuelven mayoritariamente apelando al
recurso del flashback que aporte un
contexto narrativo más amplio a la anécdota expuesta como el asunto central del
libro (y la gran mayoría de los libros de la colección, de alguna manera,
parecen novelas construidas mediante la expansión, casi siempre enriquecedora,
de lo que podría haber sido resuelto en un cuento largo).
Pero hay algunas excepciones. O, dicho de
otra manera, hay en Cosecha roja un
buen número de novelas digamos “típicas” para la colección y, también, unas
tres o cuatro que podrían reclamar la designación contraria. Entre esas
“atípicas” acaso la mejor sea Los
trabajos del amor, de Damián González Bertolino, que exhibe un cierto
espesor de lenguaje pensable como un llamador de atención a la par de los
asuntos narrados, a la vez que en los cuentos de Sultanes del swing, de Leonardo Oyola, cabe encontrar un registro
lingüístico marcadamente ajeno (por su artificialidad y por su espectacularida)
al tono más o menos imperante en los otros libros de la colección.
El
miserere de los cocodrilos, de Mercedes Rosende, última
entrega por ahora de Cosecha roja, podría
ser pensada desde ese lugar de atipicidad. Para empezar, su trama está
seguramente entre las más complejas de la colección; encontramos el
planeamiento de un crimen, la investigación al respecto a cargo de una policía,
una exposición de varios niveles de corrupción, el trabajo sobre un personaje
especialmente interesante (que viene de una novela anterior de Rosende, Una mujer equivocada) y un trabajo
destacable sobre ciertos personajes que cabe pensar como “secundarios”. Sólo
por esto vale la pena proponer a El
miserere… como uno de los libros más recomendables de Cosecha roja. De hecho, la relación entre esta novela y algunas
corrientes contemporáneas del género negro permite pensar en cómo cabe
reescribir (felizmente) ciertas tradiciones desde un lugar marcadamente local.
Pero hay más. La novela, en última
instancia, es llamativa ante todo (además de por su excelente manejo de la
narración en tiempo presente) por la construcción de su narrador y la relación
de este con lo narrado. Abundan, por ejemplo, juegos con la consabida cuarta
pared en los que el narrador adquiere cierto espesor en base a la manera en que
parece dirigirse al lector (“imagínense la sala de espera del Juzgado Penal”,
p.72). A la vez, ese narrador se vuelve especialmente llamativo por la manera
en que construye los personajes y cómo parece declarar la distancia (mayor a
veces, menor en otras ocasiones) que lo separa de estos (“cosas que Úrsula no
hace jamás: bajar escaleras de dos en dos, arrepentirse, correr…”, p.130), por
su manera de ceder el paso a (o fingir) la voz de algunos personajes (“Úrsula
soy yo. Tengo una montaña de traducciones abandonadas al costado de la cama…”,
p.221, “Estoy sentada en el escritorio de mi oficina, los auriculares puestos,
la lapicera en la derecha…”, p.224), por incorporar discursos ajenos a la
narrativa literaria (“Nota de prensa extraída de El informante”, p.219), por modular narración y descripciones hacia
un tono descriptivo/narrativo que puede recordar a un guión cinematográfico por
momentos y que establece también una forma de complicidad o cercanía con el
lector (“La escena que sigue es más bien triste: día frío, apenas se ve
gente…”, p.91; “Madrugada. El amanecer se va filtrando entre las cortinas del
viejo apartamento, primero tenue, pálido, después con ese resplandor de fuego
de las primeras luces invernales…”, p.140; “La escena es así: a diez metros de
la esquina…”, p.147), por abundar en detalles técnicos, por ejemplo sobre armas
y vehículos (“ametralladora M960, calibre: 9x19mm Luger, peso: 2,17 kg vacía,
longitud abierta: 835mm”, p.147, nivel de detalle que sin duda instala en el
lector una serie de significados que afectan no sólo su percepción de cómo se
le viene contando la historia sino que parecen además construir una suerte de
imagen de autor, de digamos perfil o personalidad literaria atribuible a
Mercedes Rosende, por ejemplo como alguien que ha investigado hasta ese nivel
de detalle la realidad “real” del crimen), y, para terminar este listado sin
duda incompleto, por problematizar ocasionalmente lo que sabe o dice saber el
narrador de los personajes y los acontecimientos o, dicho de otro modo, a la
exposición de esa información (“Parecería que Úrsula no tuvo una buena noche…”,
p.31).
El
miserere de los cocodrilos es, entonces, una de las
novelas más ricas (en recursos, procedimientos y registros de escritura) de las
veinte de Cosecha roja. El lector que
busque un relato sólido y una sabia apropiación de (o instalación en) las
pautas y tradiciones del género negro, sin duda que encontrará todo eso y más,
pero, a la vez, quienes busquen también un trabajo sobre modos de narrar y
modos de escribir tampoco saldrán defraudados. En ese sentido, de hecho, la
novela de Rosende llama la atención no sólo desde el contexto de la novela
policial o negra escrita en nuestro país en los últimos años (y digámoslo de
una vez por todas: para el género hay un antes y después de Cosecha Roja) sino también desde un
panorama más amplio de la nueva narrativa uruguaya.
Publicada en La Diaria el 28 de octubre de 2016
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